Opinión

Honradez intelectual

En una sociedad de valores, el intelectual se debería considerar en permanente deuda con la perfección que le falta alcanzar a su saber, lo cual le conduce a la disposición de escuchar para aprender. Hoy en día, muchos se califican o son calificados como intelectuales, careciendo de aquella doble condición, ni se sienten en débito con la perfección, puesto que se sobrevaloran, ni escuchan. Esto nos introduce en una cuestión como es la honradez intelectual, concepto tan poco ejercido como vital en una sociedad donde la conformación de la opinión pública está en manos de unos pocos. La realidad del mundo físico está regida por leyes que no se prestan fácilmente a tergiversaciones ni a manipulación, puesto que la veracidad puede ser comprobada sin grandes dificultades. El fraude intelectual en este campo es poco duradero.

No resulta tan fácil para los filósofos, historiadores, periodistas, o juristas este escrupuloso respeto a la verdad, y ello porque en estas materias la verdad no es comprobable de un modo tan evidente como en las ciencias de la naturaleza. Aun así, debemos distinguir en estos campos la mentira del error, puesto que, aunque ambos causan daño a la verdad no deben generar la misma responsabilidad en sus autores. Durante muchos siglos se mantuvo la teoría geocéntrica por error y no por manipulación, y al final, Copérnico demostró este error. La verdad siempre ha estado devaluada por la mentira y la manipulación y no tanto por el error. Mas hoy en día, en una sociedad con tanto exceso de datos como falta de conocimiento, se convierte en una terrible arma en manos de quien tenga el poder de la manipulación construyendo mentiras con apariencia de verdad que conducen a las gentes de buena fe a conclusiones tan injustas como erróneas. Precisamos de intelectuales honrados que profesen un escrupuloso respeto a la verdad o por lo menos a su búsqueda para luchar contra los manipuladores de la realidad que tan bien describió Orwell en su famosa ficción distópica mediante lo que denominaba el Ministerio de la Verdad, cuya exclusiva función era manipular o destruir los documentos históricos de todo tipo (fotografías, libros y periódicos) para conseguir que las evidencias del pasado coincidan con la versión oficial de la historia, mantenida por el Estado. ¡Qué fácil resulta!