Opinión

España, un proyecto común

El concepto «políticas de Estado» tiene mucho que ver con las políticas que pretenden como fin satisfacer los intereses generales de los ciudadanos, sin que deban estar inspiradas en una ideología determinada. Deben definir las líneas estratégicas de un país y deben estar inmersas en proyectos a largo plazo, tales como la educación, la justicia, las infraestructuras, la sanidad, el empleo, el gasto público o la seguridad ciudadana. Las grandes líneas en estas políticas no deberían depender de la coyuntura política concreta, y máxime en un mundo como el actual que está abandonando las ideologías del siglo XX. A veces, algunos gobiernos utilizan este concepto para legitimar cualquier decisión política, pero su verdadero uso debe estar concernido a todo aquello que afecta al conjunto de una nación y que tiene un evidente valor estratégico; no deben confundirse con propuestas electoralistas, populistas o demagógicas.

En los sistemas democráticos los gobiernos tienen una duración limitada y esto, es incompatible con un adecuado desarrollo de políticas que trascienden a los plazos de una legislatura, determinando que estas políticas deban ser fruto de un pacto entre las principales fuerzas políticas de un país para que puedan ser acometidas por un gobierno y mantenidas por otro de signo distinto. El político que impulsa este tipo de políticas se convierte en un auténtico estadista, tratando de construir un proyecto común de nación al margen de procesos electorales o de sus intereses personales. En esta línea son recordados estadistas como Winston Churchill o Abraham Lincoln. En España estamos inmersos en un grave problema, el secesionismo catalán, el cual que requiere además de la inexorable acción de la justicia, de este tipo de políticas. El éxito o el fracaso serán colectivos y afectarán al futuro de España en su conjunto. Conviene reflexionar mucho al respecto y pensar sobre todo en el bien común, el bien de la mayoría y no solo en el de unos pocos. El presidente Adolfo Suárez dijo que «el diálogo es, sin duda, el instrumento válido para todo acuerdo, pero en él hay una regla de oro que no se puede conculcar: no se debe pedir ni se puede ofrecer lo que no se puede entregar porque, en esa entrega, se juega la propia existencia de los interlocutores». Y no le faltaba razón.