Opinión

Los sitios del Rey

El pasado domingo, el Rey dio una lección de dominio del sitio. La vida es eso. Estar en el sitio o perder el sitio. Conozco a personas que llevan decenios intentando encontrar su sitio, y no lo han conseguido todavía. En la mañana del domingo el sitio del Rey era el del Ejército del Aire, que celebraba en San Javier el septuagésimoquinto aniversario de la creación de la Academia General del Aire. Una exhibición aérea con la participación de la Patrulla Águila sobre San Pedro del Pinatar y el Mar Menor. El Rey estuvo con sus aviadores, con los de ayer, con los de hoy y con los de mañana. Y decenas de miles de personas le agradecieron con una cerrada ovación su presencia en San Javier. No estuvo acompañado, y causó extrañeza, por la nueva ministra de Defensa, Margarita Robles, que no encontró su sitio. El 75º aniversario de la creación de la Academia General del Aire no llamó la atención de la señora ministra. Perdió el sitio con anterioridad a tenerlo. Un contratiempo, si bien entiendo su resistencia a compartir la imagen de los honores militares junto al Rey. Le falta mili.

Con la Bandera de España sobre el cielo de San Pedro del Pinatar dibujada por la Patrulla Águila, el Rey se reunió con sus aviadores para brindar por España y compartir un almuerzo. Y presenció el primer «set» de la final de Roland Garros, de la que estuvo pendiente durante todo su desarrollo. No pudo disfrutarla en su totalidad, porque tenía que ocupar su sitio en Madrid, nada menos que en la plaza de toros de Las Ventas del Espíritu Santo, última corrida de San Isidro, la de la Prensa, en una barrera. Cuando apareció el Rey, el público se levantó de sus asientos y le dedicó un largo y emocionado aplauso. El Rey con la Cultura y la tradición de la Fiesta. Acompañado de la presidenta de la Asociación de la Prensa, Victoria Prego y del Jefe de su Casa, Jaime Alfonsín, el Rey siguió la lidia de los seis toros de Victorino y el riesgo en movimiento de los tres toreros, que le brindaron sus primeros toros. Manuel Escribano: «Majestad, es un placer y un honor tenerlo aquí. Va por usted, por la Casa Real y por España». Paco Ureña: «Majestad, es el primer toro que brindo a un Rey. He querido compartir el brindis con el público, porque el público y la gente le quieren a usted. Los españoles le queremos a usted. Le pido desde aquí que apoye nuestra Fiesta. De verdad, conózcala, que es muy emocionante, la más grande que tenemos en España». Y Emilio de Justo: «Majestad, hoy es un día grande. Está toda España aquí, porque usted es España. Va por usted, por la Fiesta y por España». Qué buen sitio ocupó el Rey. Se trata del gesto. No hay que exigirle que sea tan aficionado como su padre, el Rey Juan Carlos, o su hermana, la Infanta Elena, a su abuelo, Don Juan De Borbón, o su bisabuelo Alfonso XIII o su tía tatarabuela, la Infanta Isabel, «La Chata». Basta y sobra con que el Rey asista desde una barrera a una corrida de San Isidro, para que nuestra Fiesta se sienta agradecida, apoyada e ilusionada. Y el Rey lo hizo porque ése era su sitio.

El pasado domingo, tres Banderas de España lucieron más que el sol. La del cielo de San Javier, la de Roland Garros para homenajear al genial Rafael Nadal después de conseguir su undécimo triunfo en París, y la de la plaza de Las Ventas, que flameó altiva y chula, con viento toledano. El Rey miraba de cuando en cuando al cielo de Madrid, que este año está gastando excesivas bromas de chaparrones y diluvios. Y lo miraba feliz y distendido, desde su sitio.

Ejército del Aire, deporte y toros. Apretado y bien cumplido el domingo del Rey. Estuvo con los suyos y en el sitio de los suyos. Recibió el cariño de los españoles, en una jornada eufórica y redonda. No necesitó más compañía que la que tuvo. Ya no quedan raterillos como los del romance a la Infanta Isabel de Rafael Duyos. De restar alguno, podría haber gritado, calle Alcalá hacia arriba, «¡He visto al Rey Felipe!». Y ese grito lo dice todo, porque se traduce por la ocupación del sitio.