Opinión

David

Cuenta Sun Tzu en «El Arte de la Guerra» un episodio en el cual unos generales se disputan ciudades, se persiguen, sacrifican a una porción de los suyos en aras de un bien mayor y se mienten. Gana quien consuma mejor el engaño y sabe medir las pérdidas. Sun Tzu reflexiona sobre los conceptos de «sacrificio» y «engaño», esenciales en el arte de la guerra. El disimulo siempre es infinitamente mejor que la soberbia cuando hay que presentar batalla. Dice Sun Tzu que mostrar incompetencia ante el enemigo es el modo más sencillo de inducirlo a menospreciar nuestras fuerzas y, por ende, a sentirse superior. Y sentirse superior, a la larga, es un elemento determinante para su derrota. Quien se cree elevado, altivo, tiene más posibilidades de caer al suelo, golpeándose de manera fatal, que quien se pega al terreno con humildad, sabiendo que no puede descender mucho más y que la ley de la gravedad es más misericordiosa cuanto menor es la altura que se frecuenta. Desconsiderar al adversario suele ser una táctica peligrosamente equivocada.

El desprecio, equivale a la ceguera política. Goliat ridiculizaba a David, sin ver que su enemigo, mucho más pequeño y menos poderoso en el cuerpo a cuerpo, poseía un arma –una honda– que sabía utilizar, y que era mortífera. La historia de David y Goliat enlaza bien con las enseñanzas de Sun Tzu. La sabiduría occidental y la oriental se ponen de acuerdo en las cosas cruciales. Fingir ante el adversario también implica escamotearle toda la información posible, de manera que éste no sepa hacerse con un escenario realista sobre la situación y tome decisiones equivocadas basadas en datos erróneos. La vanidad que infunde el poder casi siempre consigue que se descuide la precaución básica de no subestimar al adversario. Le ocurrió a Goliat, y a los generales perdedores que inspiraron a Sun Tzu, y a quienes se confían en exceso a la fuerza de su propio poder. Sobre todo, en nuestros tiempos, cuando el poder es circunstancia. O sea: provisionalidad. Los goliats y poderosos filisteos de esta época, son de este modo aún más fácilmente abatibles que los bíblicos. Y es que, tanto hoy como ayer, quien desdeña a su oponente está mejor preparado para la derrota que para la victoria.