Opinión

Oremos por España

Vivimos una situación complicada en España. La miro con preocupación, pero, sobre todo, la miro con esperanza, con gran esperanza. Y por eso pienso que es tiempo de oración por España. La oración entraña una grande y sencilla esperanza: esperanza en Dios en quien descansan nuestros destinos. Orar por España es un deber de caridad y de justicia para los cristianos; es algo que los cristianos no podemos dejar de hacer si amamos de verdad a nuestro país. España se encuentra en una etapa crucial de su historia; esto es obvio. En los últimos meses y días se ha avivado y sigue avivándose una gran cuestión que viene ya de lejos: la cuestión de su unidad. No entro en ninguna valoración política, que no me corresponde. Aparte de las razones históricas, jurídicas, económicas, políticas, de ordenamiento del Estado, desde el punto de vista moral algunos planes soberanistas plantean unas cuestiones preocupantes y de suma gravedad que afectan al corazón mismo de la realidad social de España, del bien común de nuestra sociedad, del actual marco de convivencia que afecta a todos los españoles, y de la misma unidad de nuestra Nación, que también es una cuestión moral, se diga lo que se diga, se quiera o no.

Tal vez convendría recordar en estos momentos un texto de la Conferencia Episcopal, de hace ya bastantes años: «Por ser la nación un hecho, en primer lugar, cultural, el magisterio de la Iglesia lo ha distinguido cuidadosamente del Estado. A diferencia de la nación, el Estado es una realidad primariamente política; pero puede coincidir con una sola nación o más bien albergar en su seno varias naciones o entidades nacionales. La configuración propia del Estado es normalmente fruto de largos y complejos procesos históricos. Estos procesos no pueden ser ignorados ni, menos aún, distorsionados o falsificados al servicio de intereses particulares. España es fruto de uno de estos complejos procesos históricos. Poner en peligro la convivencia de los españoles, negando unilateralmente la soberanía de España, sin valorar las graves consecuencias que esta negación podría acarrear, no sería prudente ni moralmente aceptable. La Constitución es hoy el marco jurídico ineludible de referencia para la convivencia. Recientemente los Obispos españoles afirmábamos: ‘La Constitución de 1978 no es perfecta, como toda obra humana, pero la vernos como el fruto maduro de una voluntad sincera de entendimiento y corno instrumento y primicia de un futuro de convivencia armónica entre todos’. Se trata, por tanto, de una norma modificable, pero todo proceso de cambio debe hacerse según lo previsto en el ordenamiento jurídico. Pretender unilateralmente alterar este ordenamiento jurídico en función de una determinada voluntad de poder o de cualquier otro tipo, es inadmisible. Es necesario respetar y tutelar el bien común de una sociedad pluricentenaria». No podernos olvidar, por otra parte, que una decisión como la que se apunta en algunos planes soberanistas, puede generar no pocos sufrimientos tanto en los que habitan en las tierras para las que se propugna la soberanía como los que viven en el resto de los pueblos de España. Esto también es una cuestión moral.

Ante esta situación, por algunos calificada de crucial, invito a orar por España a quienes sean capaces de vivir desde la fe y con esperanza el presente momento, y como ejercicio también de caridad, o como expresión de nuestro ser de la Iglesia, a la que no le es ajeno nada de lo humano que afecta al hombre, y como un deber del cuarto mandamiento de la Ley de Dios que nos manda honrar también a la Patria. Pido que roguéis a Dios por España. Que Jesucristo, que es Luz, Sabiduría, Verdad, Paz y Amor para las gentes y los pueblos, como lo celebramos en la fiesta del Sagrado Corazón la pasada semana, nos haga vivir estos momentos con serenidad, lucidez, fidelidad, creatividad y esperanza. Que conceda luz, prudencia, sabiduría, discernimiento y acierto a nuestros políticos y gobernantes, a las instituciones del Estado, y a todos los ciudadanos para encontrar salidas justas y razonables, conformes con el bien común, a esta situación.

Pidamos por España, pidamos por su fidelidad a las raíces que la sustentan, que Dios ilumine y dé sabiduría y discernimiento a los legisladores, para que a la hora de legislar respeten y promuevan la verdad y el bien de la familia y los derechos fundamentales del hombre que le son propios, el derecho a la vida, el de libertad religiosa en toda la amplitud que le corresponde, así como el derecho y la libertad de enseñanza sin discriminación de ningún tipo, la defensa de la dignidad inviolable de todo ser humano y el bien común, inseparable de la persona. Pidamos por la implantación cada día mayor de la justicia social en nuestra tierra, por la extensión de la solidaridad y la justicia en favor de los pobres y menos favorecidos de la sociedad, de los que no tienen trabajo, de los inmigrantes. Que Dios nos ayude a acoger a los inmigrantes, a los que vienen de otras culturas o de otras religiones, y encontrar caminos justos y posibles en esta acogida. Es necesario promover la presencia de los católicos en la vida pública; los católicos no pueden engrosar el número extenso de los que alguien ha llamado la «cofradía de los ausentes»; es necesaria su presencia, en virtud de su fe y no a pesar de ella, en la cosa pública para llevar el Evangelio a la sociedad, y transformar y renovar desde dentro nuestra sociedad. Por ello también es necesario pedir que Dios fortalezca la fe de los cristianos laicos y que les ayude, nos ayude a todos, en la imprescindible tarea de formación en la doctrina social de la Iglesia y sus contenidos esenciales e irrenunciables para poder asegurar así en la vida social y política una presencia unida, coherente, honesta, desinteresada, abierta a la colaboración con todas las fuerzas sanas de la Nación.