Opinión
Ibéricos de tronío
Una empresa andaluza que comercia «on line» sus productos porcinos, ibéricos de tronío, tesoros de las dehesas, se ha visto sorprendida por una querella criminal del forajido huido Puigdemont. Los jamones, paletillas, chorizos, lomos embuchados y salchichones que vende esa empresa son de alta calidad. Y por aquello de la internacionalización de nuestros productos, sus propietarios han recurrido al inglés –Pig–, para recordar que su mercancía se resume en los derivados del cerdo. «Pigdemont», es su razón social. Y el logotipo de la marca lo protagoniza un gracioso cerdillo, un tocinete, un marranuelo simpático y sonriente, corto de vista y generoso de cabello. Los animales son reclamos de muchos productos. «La Vaca que Ríe», «Los Capones de Cascajares», el «Foiegras truffé de oca», y de ahí hasta las «Pipas Facundo», cuyo logotipo publicitario representa a un torero descabellando a un bravo morlaco con el mensaje comercial que sigue: «Y dijo el toro al morir: Siento dejar este mundo/ sin probar Pipas Facundo».
En las magníficas y ya desaparecidas latas de atún en aceite de Massó, aparecía un túnido de muy aproximado parecido a mi tía Fuensanta Zugarramurdi, viuda de mi pariente Leonardo Ussía. Y la tía Fuensanta, no sólo no se querelló con la marca Massó, sino que fue pertinaz consumidora de sus productos. La tía Fuensanta tenía, en efecto, cara de pez, y fue obligada a bañarse en la playa de Ondarreta con un traje de baño naranja, porque el gris oscuro y el negro aterrorizaban al resto de los bañistas que la confundían con un cimarrón.
Las conservas de «Ancas de Rana Moranchel» destacan en su caja a una ranita sonriente y graciosa. Tengo al menos una decena de amigos con aspecto de batracio del orden de los anuros, y a ninguno de ellos se le ha ocurrido interponer una querella criminal contra la prestigiosa conservera de ancas. Es más, gustan de verse reflejados en tan distinguido producto. Perdices en escabeche, berberechos al natural, almejas, mejillones, sardinas... Y hasta la fecha, ningún ciudadano con cara de perdiz, berberecho, almeja, mejillón o sardina han considerado que su honor ha sido vulnerado por su parecido físico con los de tan sabrosas criaturas. «Demont» y «de mont» no son exclusivamente catalanes. Un alarde de internacionalidad ha podido llevar a los propietarios de los productos «Pigdemont» a fusionar el inglés con el francés. «Pigdemont», cerdo en inglés y «de monte» en francés. Y lo de las gafas, la sonrisa y la melena del cerdito entra en los espacios de la casualidad. Pero los delincuentes huidos son muy susceptibles, y no consideran que el parecido o la caricatura de un porcino con el aspecto de un fugado de la Justicia puede deberse a un hecho artístico casual. Y Puigdemont se ha querellado con la marca de venta «on line» de productos porcinos «Pigdemont» de la que acumulamos las mejores referencias.
Tenemos – y no nos importaría que permaneciera allí hasta el blanco invierno de la ancianidad– a un fugitivo acusado de rebelión, golpe de Estado, malversación del dinero público, sedición, traición y otros delitos, viviendo como un marajá entre Bélgica y Alemania. Percibe todos los meses la retribución que el Estado Español designa a los políticos cesantes, desleales y fugados. Y el que se querella es él. Se querella porque interpreta que el dibujo de un gracioso chonuco sonriente con melena negra y gafas recuerda a su jeta. Resulta, como poco, tan sorprendente como divertido.
Lo fundamental del caso es que los productos que ofrece «Pigdemont» sean de alta calidad, y las referencias al respecto son coincidentes en el elogio unánime. Me propongo adquirir un lote de sus productos para degustarlos en familia durante el estío. Si Puigdemont se mantiene en sus trece habrá que recordarle el viejo dicho de nuestra costumbre. Las apariencias engañan. Tendría que sentirse orgulloso, y va y se enfada. Tururú.
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