Opinión

Fin de los estímulos monetarios

La crisis económica golpeó con inusitada dureza tanto a EE UU como a la Eurozona. Sin embargo, en un comienzo, ambas sociedades aplicaron estrategias diferentes para encarar la depresión: la primera economía mundial apostó por fuertes estímulos monetarios y fiscales, mientras que la Eurozona abrazó la estabilidad monetaria y la austeridad presupuestaria. En apariencia, a EE UU le fue mejor que a la Eurozona: su economía abandonó rápidamente la recesión, la creación de empleo regresó con fuerza y, sobre todo, su mercado de valores encadenó una serie de incrementos sucesivos que apuntalaron la confianza inversora.

Tan dispar fue la evolución que muchos analistas y burócratas concluyeron que la estrategia estadounidense era preferible a la europea, si bien las diferencias entre ambos bloques económicos eran mucho más amplias y radicales que la mera aplicación de distintas políticas de estímulo (el mercado laboral estadounidense es mucho más libre que el europeo; el peso del sector público en EE UU es quince puntos del PIB inferior al de la Eurozona; los mercados financieros en EE UU se hallan mucho más desarrollados y cuentan con mucho capital que en la Eurozona, etc.). De ahí que, con los años, la presión keynesiana terminó arrastrando a Europa hacia las políticas de estímulo, especialmente monetarios. En 2015, el BCE inició su programa de compra de deuda pública que, hasta ahora, lleva adquiridos más de dos billones de euros en pasivos estatales: de ellos, casi 250.000 millones son títulos españoles. Pues bien, este mecanismo privilegiado de financiación estatal y de manipulación de los tipos de interés tocará a su fin, según acaba de anunciar el BCE, a finales de este año. Se une así al proceso de endurecimiento de la política monetaria que, desde hace varios ejercicios, lleva realizando la Reserva Federal (que esta misma semana volvió a incrementar los tipos de interés de intervención hasta el 2%).

O dicho de otra manera, los bancos centrales pretenden lanzar a los operadores de mercado la señal inequívoca de que el crédito barato va a tocar necesariamente a su fin. Habrá, pues, que prepararse para ello tanto interna como externamente. Internamente, porque hay muchas empresas y administraciones públicas que se han acostumbrado a la financiación barata: si continúan dependiendo de ella y ésta se encarece, sufrirán y deberán someterse a una profunda reestructuración. Externamente, porque muchos países emergentes han aprovechado los excesos de liquidez generados en Occidente durante los últimos años para endeudarse a bajas tasas de interés y a tipos de cambio favorables: ahora, el fin de ese dinero fácil puede encarecer sus costes financieros y depreciar su tipo de cambio. Demasiada laxitud durante demasiado tiempo genera demasiadas malas inversiones. Al final, al bajar la marea, comprobamos quiénes están desnudos y necesitan abrigarse con urgencia.