Opinión

Pasión muy argentina

Decía Borges que el mayor inconveniente de Argentina son los argentinos. Borges fue un genio de la Literatura, pero escribió y dijo muchas tonterías, quizá por ser argentino. A mí, los argentinos me parecen unos seres privilegiados, que viven en un país maravilloso fronterizo con el milagro, y cuyo mayor defecto es la verborrea convincente. El norte es español, y dentro de lo español, más andaluz que gallego. El centro, italiano, y de Río de la Plata hasta Ushuaia, de los Kirchner y las vacas. También hay descendientes de turcos y alemanes. Geniales compositores e intérpretes del folclore argentino han sido turcos, como Eduardo Falú y Jorge Cafrune. Los Chalchaleros –mis queridos amigos–, llevan todos sangre española en sus venas. Ahí es nada. Saravia, Franco Sosa, Zambrano, Toledo, Dávalos, Cabeza, Polo Román y Figueroa. Don Ata, Atahualpa Yupanqui, el gran poeta de Salta y Tucumán, era guaraní y vasco. Argentina tiene una hipoteca de díficil vencimiento. El peronismo. Comunistas ladrones. En sus memorias cinegéticas, «Cazador de Solitarios», escribe el doctor Eduardo Campo: «Nací en 1930, cuando Argentina era el granero del mundo, en su Capital Buenos Aires, que en aquel entonces era como París. Estudié en la Facultad de Medicina de Buenos Aires, que era como la Sorbona, graduándome con Diploma de Honor. Fui Jefe de División del Hospital Ramos Mejía de Buenos Aires, que era entonces como la Mayo Clinic de USA. Me retiré en 2008 a una chacra en Monte, donde veo pasar la vida desde una ventana y aprecio que esto ya no será jamás el granero del mundo, ni París, ni la Sorbona, y la asistencia médica, como el resto de las cosas, se están pareciendo mucho a Biafra gracias a los gobiernos populistas de los últimos años». Argentina es una nación robada por ella misma, apasionada, bellísima, culta y sorprendente. Todo lo bueno está en Argentina. Y mucho de lo malo, también.

En los estratos que descienden de la clase media a la clase baja y el umbral de la pobreza, Argentina tiene un dios: Maradona. El futbolista más tramposo y menos ejemplar de la historia del fútbol, tan importante en Argentina, es el estafador más amado por los argentinos. Fue el mejor del mundo, pero no más. Se arrastró, engañó, trampeó y se metió todo lo que encontró a su paso. Ganó centenares de millones de dólares, y defendió todas las causas del estalinismo peronista. En España también es reverenciado, y en Italia, de donde procede. Como Messi. No siento simpatía alguna por Messi, pero el tratamiento que recibe en Argentina no es comparable en los perdones y las amnistías al que Argentina regala al payaso de Maradona. Messi también es el mejor, pero no más. Y lo es en el Barcelona, pero no en la Selección albiceleste, que se le ha atragantado. En su vida particular, Messi es callado, discreto, familiar y nada estridente. Para mí, mejor futbolista que Maradona. Tampoco fue Di Stéfano, un fenómeno dentro y fuera del campo, un mimado por su Argentina. Y eso es lo que me preocupa de aquella amadísima nación. Que su dios sea un cretino. Los argentinos no lo son, y la media de inteligencia de los naturales de aquel país es alta. Pero aún así, han elegido a un idiota tramposo como su ídolo.

En Argentina, un Mundial de Fútbol es más importante que sus glaciares infinitos, sus ríos inabarcables, sus saltos de agua, sus pastos incomparables y sus grandes ciudades. El país se detiene cuando Argentina disputa el Mundial. Y se ha detenido. Y Messi jugó fatal, y para colmo contra Islandia, cuyo portero le paró una falta máxima. Islandía tiene a tres o cuatro jugadores profesionales de segundo orden, y el resto son dentistas, descuartizadores de ballenas, electricistas y camareros. Pero la culpa no la tiene Messi. La comparten todos sus seleccionados, empezando por el nefando Sampaoli. Los argentinos insultan muy bien, y a Messi se le han agrandado las orejas en las últimas horas.

Messi, que me cae como un zumo de naranja en ayunas, es un lujo de futbolista y una persona discreta. Maradona es un farsante y un majadero. Pero todo se le perdona en aquel país de contrastes y palabras encendidas, donde el balón de fútbol es más importante que su propio mapa.