Opinión

-Cuenta conmigo, Pedro-

Días atrás, sin hacerlo público, se reunieron en el palacio de La Moncloa su sorprendente inquilino y su empecinado soñador. Abrazo fuerte y prolongado en la bienvenida. –Gracias por aceptar esta entrevista, Pablo–; –ya sabes que cuentas conmigo para todo lo fundamental, Pedro–; –perdona si encuentras el salón un poco destartalado. A Begoña no le ha dado tiempo para decorarlo a nuestro gusto–; –no te preocupes, Pedro. Sé muy bien lo complicado que resulta cambiar una decoración. Si Begoña necesita la ayuda de Ire, mi chica estará encantada de prestarle ayuda. Está dejando la casa de La Navata de dulce de membrillo–; –Se lo consulto y te digo, Pablo–; –con toda confianza, Pedro–.

–Pablo, necesito tu apoyo para culminar el gran proyecto de mi Gobierno. Ya tengo apalabrados los votos de Bildu, los separatistas catalanes, y los de Izquierda Unida. Pero necesito los tuyos, los de tus mareas y los de tus marcas blancas. Mi gran proyecto de futuro, Pablo, no es otro que exhumar los restos de Franco y sacarlos del Valle de los Caídos. Cuento también con la colaboración de la Iglesia, porque este Arzobispo es guay, y el padre Ángel no se va a oponer, sino todo lo contrario–; –Ya era hora, querido Pedro, que España tuviera un político, un gobernante, un presidente del Gobierno con visión de futuro. Cuenta conmigo y con los votos de los míos incondicionalmente–; –Es muy duro esto de gobernar, Pablo. De cuando en cuando hay que adoptar sin miedo una medida trascendental. Y creo que la he adoptado con prontitud. No podemos permitir que 80 años más tarde, esos fascistas insistan en ganarnos la Guerra Civil–; –por supuesto, Pedro. Pero tu abuelo combatió con ellos–; –pelillos a la mar, Pablo. Tu tienes también en Podemos a muchos descendientes de los supuestos vencedores–; –Sí, pero yo no. Mi abuelo se dedicó a ejecutar fascistas–; –tu abuelo fue ejemplar y extraordinario. Por eso los franquistas lo condenaron a muerte, aunque después le conmutaron la pena y terminó enchufado por Girón de Velasco, que lo sacó de la trena–; –si, Pedro, pero eso te lo callas–; –prometido, Pablo. Por éstas, chup, que me lo callo–.

–Eso sí. Tenemos que sacar los huesos de Franco con valentía, a la luz del día, y que no coincida con la llegada a Valencia de otro barco de refugiados, porque nos quedaríamos sin periodistas. Y quiero que todo el mundo vea el momento. La izquierda española vence a Franco ochenta años después de su discutible victoria–; –Y juzgamos a sus restos. Y los condenamos a muerte, Pedro–; –la pena de muerte no existe en nuestro Código Penal, Pablo–; –¿cuándo la izquierda de verdad se ha detenido por el Código Penal o la Constitución? Se sacan los huesos del féretro, y minutos antes de que el Arzobispo se los lleve al cementerio del Pardo, formamos un pelotón de los nuestros, y fusilamos a Franco. Dejarías al mundo patidifuso, Pedro–; –Lo pensaré, Pablo. Y ¿qué hacemos con José Antonio?–; –pues leña al mono, Pedro. A estas alturas de nuestra victoria en la Guerra Civil, no podemos detenernos en minucias y tiquismiquis. Me gusta esa tela para las cortinas del salón del chalé de La Navata–; –si ha sobrado algo, ahora mismo se la pido a Begoña. Estoy de acuerdo. Nada de tiquismiquis, Pablo–; –que no tengan duda de nuestra decisión Pedro. Esos ceniceros, ¿son de plata o de alpaca?–; –de plata, Pablo. Si te hace falta alguno...–; –me llevo un par de ellos, Pedro, para cuando lleve a cenar a casa al Arzobispo y al padre Ángel–; –Si quieres más, se los encargas a Begoña–; –gracias, Pedro, eres un solete–.

Los magnolios, estallantes. Los macizos de petunias, compactos y multicolores. Pedro y Pablo se abrazan de nuevo, en esta ocasión para la despedida. En la maleta del coche, yace un rollo de tela de cortina. –Se nos han olvidado los ceniceros, Pedro–; –te los mando esta tarde sin falta, Pablo. Y recuerda. Necesito tu apoyo para culminar nuestra magna empresa popular–.

España, a toda marcha, hacia el futuro.