Opinión

«Casa Ciriaco»

Se cierra un rincón glorioso de Madrid, «Casa Ciriaco», calle Mayor esquina con San Nicolás, frente a Capitanía General. «Mentidero de Madrid/ decidme, ¿quién mato al conde?». A pocos metros de ahí fue asesinado don Juan de Tassis, conde de Villamediana, Mayor arriba, chaflán con Coloredos. Godo y Ángel. De un balcón del quinto piso, Mateo Morral masacró a soldados, paisanos y caballos con su bomba lanzada al paso de la carroza Real que llevaba hacia Palacio a los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg, que volvían de recién casados desde los Jerónimos. Entre los oficiales, el capitán Antonio Muguiro, Húsar de Pavía, abuelo de mi mujer, al que salvó su caballo. Lo ha recordado la mejor ilustradora de España, Ximena Maier, biznieta del capitán Muguiro, que vivió su infancia en el llamado «piso del balcón maldito». La gallina en pepitoria y la trucha en escabeche. También los callos. Jamás los he probado. Soy un madrileño ajeno a los callos, y muy regañado por Antonio Mingote por empecinarme en el delito de no probarlos.

Vuelvo a Ximena Maier y Pan de Soraluce. Su libro del Museo del Prado es una joya. Los dibujos que ha colgado en las redes sociales en homenaje a «Casa Ciriaco», unas maravillas. El bar de entrada, con Paco y Jacinto en la barra, ofreciendo sus empanadillas, tortilla y ensaladilla rusa. Godo y Angelín, en el comedor. Amparo, en la cocina. Santiago... No se cierra un restaurante, ni una taberna, ni un chiscón. Se clausura de golpe una parte de la historia de Madrid. Todo empezó con el repentino fallecimiento de Ángel. Y todo ha terminado cuando un heredero ha roto el hilo de la tradición. En su derecho está, que no en su acierto.

Acudí en muchas ocasiones, siempre acompañando a Antonio Mingote, a las cenas de la tertulia de «Amigos de Julio Camba». Julio Camba, menudo tipo, el mejor de todos, todavía dando lecciones de ironía y buen gusto. Lamento recordarlo, pero me brindaron una cena de homenaje y me olvidé. Hablaron ante el homenajeado ausente Mingote, Stampa, Chueca Goitia, Enrique de Aguinaga... Se repitió el homenaje y asistí, y en mis palabras de gratitud dediqué párrafos de profunda admiración a un médico al que confundí con otro que se sabía de memoria «El Quijote». El médico se emocionó con mis palabras. Mingote interrumpió mi discurso entre lloros de risa y me susurró: «Te has confundido. Éste no ha leído ni “En un lugar de La Mancha”». Salí del paso con elegancia, elogiando la otorrinolaringología, especialidad del emocionado.

Se llenaba el comedor. También se reunían allí los tertulianos taurinos «Amigos del Conde de Colombí». Colombí llegó a formar un aceptable museo y biblioteca taurina. Cuando el mundo del toro se lanzó a homenajear a Doña María, Condesa de Barcelona y madre del Rey Don Juan Carlos, aficionada total y currista hasta la médula, le regalaban toda suerte de bronces taurinos, que ella mostraba orgullosa en el salón de su Villa Giralda madrileña, en la calle Guisando. Un día, Don Juan, alarmado por tanto bronce, se lo dijo: –María, si insistes en colocar todos tus bronces taurinos, esta casa se va a parecer al museo del conde de Colombí–.

En Casa Ciriaco se coincidía con el Rey Juan Carlos, con el actual Rey Felipe, Príncipe de Asturias, con las Infantas, con catedráticos, con artistas, con poetas, con señoras estupendas y toda suerte de representantes de la Villa y Corte. Era un «Casa Lucio» en más modesto, pero con la misma calidad de hospitalidad y decencia gastronómica. Y era ante todo, una casa, la de Ciriaco y la de todos, desde su fundación en 1897. Todos los años, el 31 de mayo, Godo colocaba una gran corona de flores frente a Casa Ciriaco, en memoria de los fallecidos en el crimen anarquista de Mateo Morral. El balcón del quinto piso. Por ahí pasó, cuando aún no existía Casa Ciriaco, el poeta galán y conquistador Juan de Tassis, conde de Villamediana, muerto quizá por órdenes soberanas. «Llego a Madrid y no conozco el Prado./ Y no lo desconozco por olvido/ sino porque me consta que es pisado/ por muchos que debiera ser placido».

Todo ahora son sushis, hamburgueserías, cafeterías sin historia, y cursilerías de Nueva Cocina. Casa Lucio, Zalacaín, los José Luis, Botín, y pocos más guardan ese Madrid que se nos va del alma. Y ahora, Casa Ciriaco.