Opinión

Memorias de África

La presión migratoria de cientos de miles de personas que huyen de la pobreza, de la hambruna y de la penuria, genera una inevitable solidaridad en el viejo continente, a la vez que un debate político sobre su acogida que trasciende a los países frontera, como España e Italia. Al margen de que su tratamiento debe ser una política común de la Unión Europea, no cabe duda del sentimiento de solidaridad que genera en la población, pero si atendemos a las cifras del fenómeno, la política de fronteras, el control migratorio y, en definitiva, a la acogida, estas no constituyen una solución en sí mismas. La forma más extrema de la pobreza es la indigencia, lo cual es una supervivencia sin las necesidades más básicas, como alimentos, agua o techo. En la región subsahariana de África, casi la mitad de la población vive así; estamos hablando de cientos de millones de personas, muchos más que la población del viejo continente. Acogimientos de miles de personas, siendo una acción necesaria y solidaria, no supone ni el principio de la solución del problema.

África es un continente colonizado en el siglo XIX y XX por las potencias europeas con fines de explotación de sus recursos, abandonado cualquier esfuerzo en generar cultura y desarrollo en las colonias. El proceso descolonizador fue un desastre, abandonando a su suerte tribus enfrentadas entre sí a lo largo de la historia, eso sí, cambiando sus lanzas por fusiles. Estamos antes países donde ni el Estado ni la administración existen, donde no hay la más mínima atención primaria a la población y donde, además, la migración se convierte en un elemento negativo, de tal suerte que pierden a sus miembros más jóvenes, más formados y en mejores condiciones. La solución es que la ONU y Europa asuman los errores del pasado y tomen decisiones valientes y comprometidas para actuar en estos países y forzar procesos de creación de institucionalidad y riqueza. Pero esto exige muchos recursos y sobre todo la fuerte convicción de su necesidad, puesto que supone asumir riesgos. En algunos casos habría que imponer este proceso por la fuerza frente a mandatarios sátrapas que viven en la opulencia gracias a la indigencia de la población. Es la hora de buscar soluciones definitivas con valentía.