Opinión

Casado

Una de las ocurrencias que repiten sin descanso los medios sorayistas –casi todos–, es la de infectar la candidatura de Pablo Casado a la presidencia del PP tachándola de «aznarista». Aznar ya no existe, aunque viva, y espero que lo haga por muchos años. El resultado de las primeras votaciones me sorprendió en horas de molestias y desorientación. No en sus resultados. De los tres candidatos con posibilidades, el Poder con mayúscula apoyaba a Soraya. Muchos puestos de trabajo y pesebres en peligro. Y ganó para perder. Creo que el camino del PP que no quiere ser confundido con el PP ha llegado a su fin. El PP de Soraya, de Arriola, de Méndez de Vigo, de Juanma Moreno, de Lasalle... De vencer en la segunda vuelta la candidatura del Poder, el PP desaparecería. Porque Soraya no está capacitada para arreglar el juguete que ella tanto se ha empeñado en destrozar. Lo de Pablo Casado puede salir bien o mal, pero es una oportunidad diferente, e intuyo un considerable respaldo de las juventudes populares, dando por hecho el apoyo de María Dolores de Cospedal y Margallo.

Casado es novedad y Soraya hastío y decepción. Casado está pendiente del examen final y Soraya ha sido suspendida. El primero ha enganchado para su aventura a muchos y valiosos jóvenes que se hallaban en trance de decapitación. No pretendo defender que la mera presencia de la juventud en las altas responsabilidades y decisiones garantice los aciertos. Lo que sí garantiza es la limpieza de espíritu y la ausencia –por ahora–, de ambiciones y suculencias económicas. Conozco a jóvenes del PP que van a dar mucho que hablar, y que osan recuperar la reciente y olvidadísima memoria histórica en las provincias vascongadas y Navarra, donde más del 50% de los jóvenes educados en el nacionalismo ignoran quiénes eran y a qué se dedicaban Miguel Ángel Blanco y Goyo Ordóñez. ¿Qué recuperación de la dignidad puede llevar a cabo el sorayismo después de haber machacado con alevosía la heroica referencia del PP vasco? Jaime Mayor Oreja, María San Gil, Carlos Iturgáiz, la familia Velasco, los Caso, los Zamarreño, y como no, Jóse Antonio Ortega Lara, víctima y portagonista del secuestro más cruel y brutal que se recuerda. A su lado, Mathaussen un jardín. No, ese PP que no ha querido ser el PP, que ha permitido la permanencia de la Ley del Odio, que no se atrevió a cambiar la injusta y antidemocrática Ley Electoral que sufrimos todos los españoles excepto unos pocos que la disfrutan a cambio de sus traiciones, ese PP que lo ha hecho todo tarde, mal y peor explicado, está señalado a desaparecer. El PP de los fofos, los blandos, los sonrientes, los petulantes y los perdedores. Con ellos, España se ha colocado al borde del abismo.

Y merece la pena no pasar por alto un detalle. Al sorayismo, a sus medios de comunicación, sus tertulianos, sus muñecos, sus paniaguados y receptores de oportunidades, este Casado les cae fatal. Y ese mal caer, ese molestar, tiene muy buena pinta. Para el PP la tragedia no es otra que Inés Arrimadas milite en Ciudadanos. Pero no todos los tenistas deben emular a Nadal. Entre Nadal y Verdasco se abre un enorme abanico de posibilidades. Ser el mejor es muy complicado.

Pablo Casado será en pocos días el Presidente del Partido Popular. Recoja toda la cosecha que estaba a punto de perderse y déjese rodear de la experiencia y la juventud. Y carezca de complejos. En España, hay un gran sector de la sociedad que se enmarca sin complejos en el conservadurismo. Hay una gran derecha. Constitución, Corona, Derechos Humanos, Libertad, Poderes independientes y sobre todo, unidad. Si el PP nuevo trabaja con decisión y se arriesga a no dejarse acuclillar por los complejos de inferioridad, si España está bien defendida desde los conceptos y las firmezas, este PP puede dar mucho que hablar. Si no existe esa disposición, mejor que no se celebre la segunda vuelta.