Opinión

La morritos

De cuando en cuando, y siempre con el mismo origen envenenado se usa de una morritos para desequilibrar a favor del resentimiento la balanza institucional del Rey Don Juan Carlos. No pienso defender lo indefendible, y enamorarse de esa morritos ambiciosa, pretenciosa y de codicia compulsiva no tiene perdón. Pero estoy escribiendo de una pasión, y las pasiones son siempre estados de anormalidad y enfermedades graves. Don Juan Carlos ha sido un gran Rey. Un Rey de España extraordinario que ha cometido errores y ha vencido con holgura en aciertos. El resto es todo cizaña y cenizas que se lleva el viento. Del Rey Don Juan Carlos guardará la Historia sus fechas fundamentales, sus hechos fundamentales y su fundamental presencia y constancia para devolver a España la libertad. El resto forma parte del chismorreo, que por otra parte, como todos los españoles, también es libre.

Al Rey no le gusta este tipo de defensas porque conllevan un reconocimiento de culpa. Es curiosa la cueguera masculina. Un hombre, formado desde niño para conocer y tratar a todo tipo de gente, pierde la cabeza como un cadete de Infantería por una rubia que no es rubia y usa la identidad matrimonial de su primer pasado. Una rubia que no es rubia, y con más bótox en los labios que la viuda del Pingüino, también comisionista, Cristina Fernández de Kirchner. Ahora, entre la irredenta franquista Pilar Urbano, que va por otras piezas, y las cotillas republicanas que llevan decenios viviendo de la Corona, ha surgido lo de la residente en Mónaco. Por supuesto, en los modestos sectores monárquicos del periodismo, el silencio y la prudencia han prevalecido sobre otras reacciones. Garzón, el comunista del mes de luna de miel en Nueva Zelanda ha dicho que el Rey, como todo Borbón, es un ladrón. Aquí en España hemos llegado al punto de la pendencia callejera. Yo tendría que responder a Garzón que como todo comunista, él es un defensor del genocidio. Y no es el camino. Aquí tenemos la oportunidad de distinguir entre la herencia política e institucional de un gran Rey y algunas de sus frivolidades más decepcionantes. Y una de ellas, la más grave por el comportamiento de quien compartió su frivolidad, es la de los morros y la residencia en Mónaco. Ahora se ha sabido que actúa de correveidile de los petrodólares y comisionista de altura desde muchos años antes de conocer al Rey.

Lo que ha pasado es el tiempo de la nuca inclinada. Aquí hay que empezar a defender las parcelas de cada uno. Si el Rey es insultado con injusticia, la injusticia tiene todo el derecho a volar en dirección contraria. Vivimos con el temor social que la política impone sobre el dinero. Un conocido banquero hablaba de un político en una cena privada. –Además de un ladrón y un sinvergüenza, es un cobarde. Me invita porque sabe que si muevo un dedo, va a la cárcel–; –¿Y por qué no mueves un dedo?–, le pregunté. –Porque yo iría a la cárcel con él–. Esos son los valores de nuestra sociedad.

Escrito esto. La de los morros se ha tirado al monte y ahí se halla. Los escandalizadores ignoran que a un 90% de los españoles sus vilezas se las refanfinflan. Y nos queda el perseguido, calumniado, insultado y magnífico Rey Juan Carlos. Convirtió en una democracia lo que fue una dictadura; se desprendió de todos sus poderes y los entregó a la soberanía popular. Se erigió en el mejor embajador de España. Nuestro país se colocó en el pelotón de cabeza del mundo. Nos dotó de una Constitución y nos sacó algunos tanques de la sopa. España se convirtió en una nación querida y respetada. Eso ha sido, muy en resumen, el Rey Juan Carlos. ¿Qué ha cometido errores? A puñados. Pero no institucionales. Sin la Corona, España habría saltado ya pulverizada y muy probablemente estaríamos a tiro limpio, lo cual no debe asustarnos porque no habría sido la primera vez. Pero que una prensa dócil y amaestrada, por una frivolidad ponga en peligro la estabilidad de lo que nos une, la Corona, eso sí que no, venga la cloaca de la opusina, o de Roures, o del comisario Villarejo.