Opinión

...Y apagado

La lectura rápida de los titulares de prensa siempre ragala sustos y sorpresas. Recuerdo, de joven, la algarabía que reinaba en la peluquería del Hotel Velázquez de Madrid, que era una peluquería de derechas, como las de toda la vida. Pepe y Abraham, los peluqueros, abrazados a don Joaquín Velasco, que terminaba de cumplir los cien años de vida. La manicura se manifestaba menos feliz, mientras el limpiabotas, familiarmente conocido por «El Cotubillo», le insinuaba raíces inmersas en el rojerío. ¿Qué había sucedido? Pepe el peluquero lo acababa de leer en ABC. «El Ejército Rojo de la Unión Soviética sufre una grave derrota». Efectivamente, tal cosa es la que se leía. Pero previamente al gozoso titular, con letra más modesta, se leía también: «Sucedió hace 50 años». El gozo en un pozo. Cesaron los abrazos, don Joaquín Velasco dejó una propina menos generosa que la habitual, y la melancolía se adueñó de la pequeña estancia.

Noticia pesquera de alta gravedad leída a vuela pluma. Guerra de Las Malvinas, las Falklands para los ingleses, sus actuales propietarios. «El último atún de Inglaterra conmociona a Argentina». Después de la primera lectura no le concedí importancia a la novedad. Me extrañó que en Argentina se conmocionaran por el último atún de Inglaterra., pero es por todos sabido que los argentinos se conmocionan con excesiva facilidad. Me extrañó que sólo sobreviviera en los mares británicos un atún, pero ya se conocen las andanzas de los ingleses con los animales al borde de la extinción. En la isla Mauricio se comieron asado hasta el último pájaro Dodó. Voví a la página y leí mejor: «El ultimátum de Inglaterra conmociona a Argentina». Eso era diferente. La Real Armada de Su Majestad se había hecho a la mar en Portsmouth, y cuando esa maquinaria se pone en marcha no se detiene hasta conseguir sus objetivos. El ultimátum y no el último atún fue lo que produjo tan lógico desasosiego en Buenos Aires, desasosiego más que justificado como se comprobó semanas más tarde.

En un semanario del corazón de la primera época, aparecía guapa y sonriente, a media página, la Princesa Gracia de Mónaco, de soltera Grace Kelly. Se trataba de un homenaje póstumo. La Princesa había fallecido días antes en un accidente de carretera en la Mediana Cornisa que une Montecarlo con Niza. Luto general. Y el periodista, contagiado por la emoción, nos ofreció una exclusiva mundial. En este caso, no fuimos los lectores, por nuestra prisa lectora, los culpables de la equivocación, sino el redactor, que entre lágrimas y por vía telefónica había enviado su formidable reportaje. «Triste Atardecer. No cantaron ni los grillos ni las cigalas». Era tan grande la Princesa de Mónaco que en los atardecielos las cigalas dejaban emerger sus cabezas de la superficie del mar y acompañaban con sus trinos a los terrestres grillos. Cigalas que, posteriormente, ya pescadas y cocidas, se zampaban el viudo y los tres hijos. El mundo es así.

Y algo parecido me ha sucedido esta mañana, la del 18 de julio de 2018. Leía en La Razón lo de la guerra de cifras en víspera de las elecciones del PP, la contienda que van a librar el PP de Casado y el AntiPP de Soraya, cuando he pasado los ojos, con excesiva rapidez, por el análisis que brillantemente redacta A. Bartolomé del compromisario medio del PP. «Así es el compromisario del PP: Hombre de 40 a 49 años y abogado». Pero no lo he leído bien, y ha saltado en mis entendederas lo que sigue: «Así es el compromisario del PP: Hombre de 40 a 49 años y apagado». Y creo sinceramente que mi error lector corresponde más a la realidad que el titular publicado. El compromisario del PP, sea abogado o no, es un hombre de 40 a 49 años apagado. Le queda un resquicio de ilusión y de recuperación, pero menguado. Sabe que Soraya ya ha preparado toda su artillería para hundir a su contrincante. La mejor noticia para Ciudadanos y para Vox, que se alimentarán del éxodo de los votantes conservadores y liberales – la derecha, que abandonarán a los acomplejados sin ideas pero con ambiciones ilimitadas.

El compromisario del PP está apagado. Ya sabe lo que le viene encima. O un tiempo de ilusión o el entierro de su partido.