Opinión

Monterito

Montero Alonso, que se marchó casi centenario. Culto y discreto. Se hallaba de guardia en «Informaciones» cuando se recibió la crónica del viaje de Franco a Granada, firmada por el taquígrafo del Palacio del Pardo, Lozano Sevilla. Texto obligatorio. Lozano Sevilla no perdonaba laurel ni gloria, y emocionado por el recibimiento de Granada a Franco escribió: «Las campanas de la catedral doblaron de alegría para mostrar su gozo por la visita del Caudillo». Monterito reparó en el error y llamó al ministerio de Información y Turismo. –Oiga, que Lozano Sevilla se ha equivocado. Las campanas no doblan de alegría. Doblan a muerto. Cuando suenan alegres, repican». Pero nadie se atrevió a corregir el texto y así fue publicado en todos los periódicos de España. Y Monterito escribió: «El doblar, que es toque serio/ puede serlo de optimismo/ si lo ordena el Ministerio/ de Información y Turismo». Montero Alonso era mucho Monterito.

Se le decía Monterito por su avanzada edad, que no por sus carencias físicas o intelectuales. Lo contrario que a Monterín. Monterín es granadino, una mediocridad, mal poeta y profesional del comunismo. La suma de estas virtudes le han llevado a la más alta cumbre del Instituto Cervantes, vaya por Dios. Cuando lo del niño asesinado brutalmente en Almería colgó un emotivo y firme mensaje de apoyo a la asesina. «Ánimo. Todos somos Ana Julia». No creo en su mala intención, pero sí en su limitado espacio para culminar con éxito un pensamiento. Monterín, como su señora esposa, la elegante escritora Almudena Grandes, licenciada en coños y esas zonas. Monterín, el mal poeta granadino, guarda para sí un gran mérito literario. Ha formado parte de jurados de premios de Literatura, oficiales o privados, en más ocasiones que Carmen Posadas, lo cual le lleva a los aledaños del «Libro Guiness de los Récords», la gran enciclopedia de la estupidez humana, donde se registra la artesana creación, gracias a la colaboración de todo un pueblo del bocadillo de mortadela más largo del mundo. Ochenta y ocho metros.

Ha sido poeta de la experiencia, y juglar social durante el franquismo. Sucede que el franquismo no sabía quién era Monterín y le dejó hacer. Cuenta Ruiz Quintano en ABC que el malvado y certero Ullán lo definió de esta guisa: «Inquieta gelatina, coco-poroso», y que el gran Pepe Hierro se refería a él como el «señor de Almudénez», y remacha. «Comunista de café al que el Estado le paga los taxis». Hace años, -e ignoro el motivo del desmedido elogio-, su poesía fue ensalzada por Anson. Enigma que aún me inquieta porque Anson se conoce la poesía española de memoria y entiende de ella. Pasar de Garcilaso, Quevedo, san Juan de la Cruz o Teresa de Cepeda a Monterín, es jeroglífico, laberinto, o adulación que me conmueve.

Se veía que Montero no iba a parar hasta conseguir algo importante. Y el Instituto Cervantes, hasta su nombramiento, al menos lo era. Su presupuesto es generoso, está bien dotado y los viajes de gorra están garantizados. Será invitado a participar en más jurados, si ello es posible, y quien esto escribe, en señal de penitencia, promete que en un plazo no superior a los veinte años adquirirá sus «Obras Completas», que espero tan lujosas en su edición como las de Pedro de Lorenzo, que editó en vida su literatura completa, pero siguió escribiendo para confusión de sus lectores, que dicha sea la verdad, no eran muchedumbre.

Aunque muy de izquierdas, parte del sistema y flor perenne, creo que todavía no es delito opinar que el nuevo máximo dirigente del Instituto Cervantes, el granadino García Montero, señor de Almudena Grandes, es un poeta muy de la parte baja del montón. También es cierto que existen poetas en nuestra literatura peores que García Montero, y me viene a la cabeza la memoria del murciano don Pedro Boluda, que principia así su obra más grandiosa , el «Himno a la Música»: «La música, a mi entender/ es lo mejor que yo conozco». Boluda, como hará próximamente García Montero con su Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, llevaba siempre en su solapa izquierda la Medalla que le impuso en persona Pío XI en un estudio de Radio Murcia. Su Santidad visitó Radio Murcia para condecorar a Boluda, y éste se mantuvo toda la vida devoto y leal con el Santo Padre.

Enhorabuena a García Montero, pues. Devoción y lealtad por Sánchez.