Opinión

Pedro y Pablo, sin cien días de gracia

Pedro Sánchez y Pablo Casado, los líderes del presente y del futuro, podrían ser personajes de Plutarco y sus «Vidas Paralelas», libro de cabecera de Jordi Pujol. Los jefes del PSOE y del PP crecieron como políticos en tertulias televisivas y ambos lograron el poder en sus partidos contra pronóstico y contra el aparato. Además, Sánchez, llegó a la Moncloa de forma no menos sorprendente. Pedro y Pablo tampoco tendrán –no tienen– los «cien días de gracia», a salvo de críticas. Nadie respetará ese plazo y ellos también se verán obligados a no concedérselo a su adversario. Los cien días fueron el tiempo que transcurrió desde que Napoleón huyó de la isla de Elba hasta la derrota de Waterloo, tras reorganizar el Ejército y hacerse con el Gobierno. Cien días fue el tiempo que empleó Franklin D. Roosevelt para poner en marcha su «new deal» cuando, en 1933, alcanzó la presidencia de los Estados Unidos en plena gran depresión. También son el tiempo que en USA conceden a un político para adoptar medidas importantes. Pasado ese periodo, apenas queda margen para cambios e innovaciones. Pedro Sánchez no ha sufrido demasiadas críticas desde que llegó a la Moncloa, pero sí algunas y a partir de ahora crecerán exponencialmente.

Pablo Casado ni tan siquiera tendrá un par de semanas de gracia. Su anunció de que el PP no avalará en el Senado «la senda de estabilidad presupuestaria» del Gobierno lo colocará en el centro de la diana. La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, la víspera del que los populares eligieran líder, ya lanzó la primera andanada cuando dijo que «si el PP bloquea la senda de déficit castigará sin razón a los ciudadanos». Casado, pues, ha logrado un récord histórico, algo así como un periodo de gracia negativo. El nuevo jefe del PP, sin embargo, está obligado a reclamar dosis de ortodoxia económica, porque frente a los defensores de «algo más de déficit», se pude alegar, como explica un analista muy conocido, «¿por qué no entonces mucho más déficit? Un déficit que se pagará con más deuda que, cuando suban los tipos de interés –2019–, será más cara y eso supondrá menos dinero para gasto social. A Sánchez, además, todo se le complica. La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal no ve claro que se cumplan los objetivos de déficit y las gentes de Puigdemont advierten que venderán muy caro su imprescindible apoyo parlamentario. Por eso, Sánchez, que gasta con la vista puesta en las urnas, quizá piensa –como dice un ex-ministro de Rajoy en el banco de Casado– en convocar elecciones generales en otoño. Sánchez quizá habló ayer de eso en la Moncloa con Susana Díaz y de hacerlas coincidir con las andaluzas.