Opinión

Solicitud de lealtad

Se habla mucho de lealtad y se realizan conminaciones a su ejercicio en política, lo cual es algo positivo. Se debe recordar que lealtad es ante todo un sentimiento, esto es, una disposición emocional hacia algo, y precisamente la lealtad lo es de respeto y fidelidad a los propios principios morales, a los compromisos establecidos o hacia alguien. En política pedir lealtad hacia alguien o hacia una política concreta de gobierno, es una aspiración tan habitual como escasamente vinculante, requiere persuasión y sobre todo una fuerte dotación de confianza. Cuando se pide lealtad hacia políticas de gobierno hay que convencer, y ello exige un esfuerzo. Por el contrario, poco esfuerzo se requiere cuando se pide lealtad hacia algo previamente compartido, o que por lo menos una gran mayoría así lo creemos, la Constitución. La lealtad a la misma denota un compromiso más allá del estricto cumplimiento de la letra de la Constitución, lo es con sus fines.

Esta lealtad debe ser practicada por partidos políticos, por los entes del Estado, especialmente las comunidades autónomas, y también por los ciudadanos, es algo más que el mero sometimiento al principio de legalidad. Nuestra Constitución establece tres ejes fundamentales que vertebran todo lo demás, la soberanía del Pueblo Español, la unidad de la Nación española y la supremacía de la propia Constitución. La misma no prevé expresamente esta exigencia de lealtad, más la misma destierra, por el contrario, la imposición y el unilateralismo. La Constitución de 1978 es uno de los mayores aciertos colectivos de nuestra historia, y sólo desde una profunda ignorancia o desde una malintencionada deslealtad se puede cuestionar sus frutos.

Por ello, el principio de lealtad constitucional exige, no una devoción ni un fanatismo absoluto por la Constitución, ni tampoco una aceptación reacia y resignada de la misma, sino un compromiso por aquello en lo que una comunidad cree, y no solo una parte de esta, por muy concentrada que geográficamente esté, y máxime cuando ni tan siquiera representa a la mayoría en un territorio. Mas no cabe duda de que la Constitución se puede adaptar a tiempos nuevos, pero ello siempre bajo una cultura de pacto y de compromiso, asumiendo todo lo caminado hasta el momento, y sobre todo partiendo de análisis serios y rigurosos alejados de la cualquier imposición.