Opinión

Lasarte

A una decena de kilómetros al sur de San Sebastián. Localidad con trainera. No consiguió figurar en la «Gran Enciclopedia de las 100.000 ciudades más bellas del mundo». Para mí, Lasarte era el hipódromo y la fábrica de los jabones «Lagarto», de Lizarriturri y Rezola. Señal inequívoca. Si en el anochecer San Sebastián olía a jabón «Lagarto», calor a la mañana siguiente. La infancia y la juventud revive con olores y sonidos. En el hipódromo se disputaba, además del Gran Premio de San Sebastián, la Copa de Oro, que se corría a primeros de septiembre. Mi familia ha sido siempre muy «turfista», pero a mí las carreras de caballos me parecían un tostón. Mi único objetivo en La Zarzuela o en Lasarte era el de ligar. Algún fruto dio el árbol. El de Lasarte era hipódromo engañoso, porque la recta final se disputa con una leve inclinación cuesta abajo, cuando el «rush» final hay que culminarlo hacia arriba. En el fondo, tonterías sin importancia.

Lasarte, pues, olía a remo y madera, a jabón Lagarto, a sudor de purasangre y a papel y sosa cáustica. Ahora huele a asesino. De Lasarte es Santiago Arróspide, «Santi Potros», el mayor criminal de la banda terrorista ETA. Mas de cuarenta muertos en su haber, con su cuota de niños asesinados. Condenado a 3.000 años de prisión, ha cumplido con 30 años, a menos de un año de cárcel por inocente asesinado. Matarife del atentado contra Hipercor y la masacre de la plaza de la República Dominicana, donde una bomba calcinó la vida de casi dos decenas de guardias civiles. No se entiende el baremo de las penas ni la valoración de los cumplimientos en España. Cuando los crímenes de un asesino suman ante la Justicia 3.000 años de castigo, se le aplica la cadena perpetua y punto. Que salga de la cárcel con los pies por delante, y si fuera posible, con el orificio posterior al modo salami o mortadela rellena de aceituna. Pero aquí somos idiotas y seguimos jugando a destruir nuestras esperanzas.

Hoy Lasarte huele a sangre. Un terrible asesino ha sido recibido como un héroe. Algo positivo tiene. Le va a resultar complicado salir de Lasarte. Quizá se atreva a moverse por Rentería o Hernani, pero siempre con el riesgo de que alguien, un familiar de una cualquiera de sus víctimas, lo reconozca. Vivir con más de cuarenta asesinados en la mochila no es sencillo. Y menos aún, sin haber manifestado signo alguno de arrepentimiento. Se siente orgulloso.

Toda noticia perversa tiene su parte cómica. Fíjense en la vestimenta que ha elegido el hijoputa para abandonar la cárcel. Una gorra blanca de Adidas. Tiene la conocida marca deportiva sobrado derecho de recibir una idemnización. Ignoro si hay manteros en los pasillos de las prisiones con permiso para comerciar sus productos, pero lo que el asesino llevaba como camisa tiene que ser una falsificación de Nike. Camisa sin mangas –estos «machotes» por lo normal, desembocan en garzas–, con una combinación de rayas capaces de enloquecer al propio diseñador. Y unos pantaloncitos cortos y verdes, muy fresquitos, que harían la delicia de cualquier preso sin delito encarcelado en una prisión de Cuba, Venezuela o Nicaragua. En Irán ya lo habrían colgado de una grúa sin juicio. Su porvenir, que espero sea breve y abundante en sustos, no es la moda.

Me han comentado que estoy siendo muy poco comprensivo con una buena parte de los sinvergüenzas que están en el guiñol. Espero que no me tomen en cuenta si recuerdo, una vez más, y dentro de la ortodoxia más diáfana del lenguaje, que Santi Potros es un hijoputa, un criminal sin derecho a nada, un asesino de niños, un ejecutor de futuros limpios e inocentes, un batracio venenoso y asqueroso que merece ser pisado por todas las suelas decentes de España, un ser ignominioso y repugnante al que deseo todos los males posibles y probables. Que pruebe su medicina. Lasarte, le agradecería su definitiva ausencia.

Cerdo.