Opinión

El déficit crónico de Trump

Bajar impuestos dinamiza la economía: en la medida en la que cada ciudadano es capaz de retener un mayor porcentaje de su riqueza, sus incentivos a generar tal riqueza se incrementan. O dicho de otra forma, menores impuestos sobre la renta impulsan a la gente a querer trabajar durante un mayor número de horas; menores impuestos sobre los beneficios empresariales impulsan a las compañías a incrementar sus inversiones; menores impuestos sobre el ahorro impulsan a los ciudadanos a destinar un mayor porcentaje de sus ingresos a la formación de nuevo capital. Ahora bien, que la rebaja tributaria contribuya incontrovertiblemente a mejorar el crecimiento económico de un país no equivale a decir que toda reducción fiscal se autofinancie.

Esto es, no equivale a decir que el aumento de la recaudación derivado del mayor crecimiento vaya a ser capaz de compensar la merma de recaudación derivada de los menores tipos tributarios. Imaginemos que recortamos el tipo impositivo medio sobre la economía del 20% al 10% y que, gracias a ello, el PIB crece de 100 a 150: sí, todos somos más ricos, pero la recaudación impositiva caerá de 20 a 15. Por eso resulta altamente prudente que las rebajas impositivas vayan acompañadas de recortes del gasto. En caso contrario, el déficit –y la deuda– del Estado pueden terminar disparándose. Esto es, en esencia, lo que le está sucediendo a la administración Trump. Como es sabido, el presidente aprobó una de las rebajas fiscales más importantes de los últimos 20 años en EE UU. Sin embargo, no disminuyó el gasto público del país, lo incrementó. Su esperanza consistía en potenciar hasta tal punto el crecimiento que, de rebote, lograra aumentos de la recaudación que compensaran ese mayor gasto.

En su primera estimación efectuada en mayo de 2017, la Casa Blanca pronosticó que la rebaja fiscal no ocasionaría en un déficit público superior al 2,5% del PIB y, además, que en 2027 se recuperaría el equilibrio presupuestario. Hace escasas semanas, empero, Trump ha revisado estas previsiones y la trayectoria del déficit ya no resulta tan optimista: ahora se reconoce que el desajuste financiero puede llegar a ser del 5% del PIB en 2019 y, a su vez, que EE UU todavía seguirá con déficit en 2027. Puede que incluso estos pronósticos sean demasiado generosos, dado que se fundamentan en dos hipótesis cuando menos inciertas: que EE UU mantendrá casi de manera ininterrumpida un crecimiento anual del 3% del PIB y que entre 2024-2028 se aprobarán intensos recortes del gasto.

¿Y si ninguna se termina materializando? Pues el déficit de EEUU se cronificará en el entorno del 5% del PIB de aquí a 2028. Para hacernos una idea, un déficit del 5% en 2028 implicaría una magnitud superior a todo el tamaño actual de la economía española. ¿Qué conclusión debemos extraer de todo esto? Rebajas impositivas sí, pero no fiemos la estabilidad presupuestaria a la providencia: recortemos preventivamente el gasto.