Opinión
Tiempo para orar (y II)
Nos encontramos en tiempo estival, tiempo de descanso y de sosiego, para retomar fuerzas, para reemprender después con renovado empeño y ánimo, los trabajos de cada día, tiempo de reflexión. Tiempo para reponer la interioridad, de donde brotan las energías del corazón para reemprender, con esperanza, las tareas que nos esperan en un curso nuevo, tiempo para dedicar días u horas a visitar monasterios de vida contemplativa y de silencio, para incrementar la oración y el encuentro con Dios, que las prisas, las urgencias y preocupaciones diarios nos impiden y que, sin embargo, tanto necesitamos, como el comer y el descansar, reavivar el encuentro con Dios, la oración.
Necesitamos la ayuda del Cielo, el auxilio de Dios ante la ingente tarea cotidiana, y también ante la apremiante tarea de evangelizar que hoy nos urge y apremia. Ante la fuerte secularización y el laicismo imperante o la ideología laicista que se impone, pidamos recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por un profundo amor al hermano para sacar de ahí fuerza renovada que nos haga infatigables creadores de diálogo verdadero y promotores de justicia, alentadores de cultura y elevación humana y moral de nuestro pueblo. Pidamos a Dios que, renueve nuestras mentes y corazones, que nos conceda vivir y madurar en una mentalidad y en un corazón verdaderamente evangélicos, para juzgar, pensar, sentir, esperar, amar y actuar como Jesús: así será posible la renovación en nuestra sociedad en la que vivimos.
Días pasados celebramos la fiesta de nuestro Patrón, Santiago Apóstol, a quien debemos la fe, lo que somos. Pidamos para no sucumbir a la cultura de la increencia, ni al ambiente de secularización, que no se pierdan ni debiliten sus raíces católicas sino que las aviven, base de unidad amasada con criterios de fe y principios morales que no podemos debilitar y menos renunciar, si queremos aportar algo valioso al resto de las naciones, apostar por un futuro digno, y ser lo que somos en nuestra identidad.
Necesitamos implorar la fuerza para ayudar para que se fortalezca la fe y el testimonio de todos los fieles cristianos, en todas las partes y de manera principal en España. Si avivásemos y fortaleciésemos la fe, se consolidaría fuertemente la convivencia entre todos y se sembraría concordia y paz. que crean los que están alejados o viven con una fe debilitada o sin ella: no da lo mismo creer que no creer para el futuro y el logro del hombre y de la Humanidad, y para nuestro futuro.
Al orar, confesamos que sin Dios nada podemos hacer, que todas nuestras empresas nos la realiza Él, que nada digno en verdad podríamos llevar a cabo si no contamos con su amor y su gracia, que lo más preciado como la vida, la salud y la dicha son dones de su amor, que la fe es nuestro mejor tesoro y la más valiosa de las herencias, porque su voluntad es la que vemos en Jesús y siempre y en todo esa voluntad es benevolencia, amor, salvación, gracia y vida. Que permanezcamos fieles, y que Él realice entre nosotros y con nosotros su designio de paz y no de aflicción, designio de amor y felicidad, designio de conversión y redención, designio de luz y de verdad para todo hombre que viene o está en este mundo.
Todos necesitamos volver al Señor, encontrarnos con Él, escucharle, tratar con Él, familiarizarnos con su querer, conocerle más y mejor, vivir la experiencia de su amor y de su cercanía, gozar de su gracia, para hacer y acoger su voluntad que es con mucho lo mejor. Es preciso, absolutamente necesario, como nos dice Jesús, «orar en todo tiempo y sin desfallecer».
La oración es la garantía de la recuperación de lo humano, que sólo en Dios encuentra su fundamento y su verdad. Lo mejor con que los cristianos llevamos a cabo el «combate» de la vida y afrontamos los grandes o pequeños retos que ésta nos depara. Orar es reconocer la primacía de Dios, su presencia en la historia; comporta confesar y reconocer que Dios nos ama, que está con nosotros, sabe lo que nos hace falta y quiere atendernos en nuestras necesidades. Orar, además, implica manifestar nuestra disponibilidad para asumir y vivir el proyecto que Él, en su providencia, tiene sobre nuestra historia. Orar entraña implorar de Dios su poderosa y misericordiosa ayuda, sin la que nada podemos hacer, sin la que no es posible la renovación de la mente y de los corazones que tanto necesitamos para acoger el Reino de Dios y hacerlo presente en medio de los hombres y en todas las realidades humanas. La oración expresa como ninguna otra cosa el primado de lo espiritual en la vida personal y social, y de que sólo desde una fuerte espiritualidad, que se apoya y se nutre en la oración, podremos llevar a cabo la obra de renovación de la Iglesia y de la sociedad a la que nos urgen la fe y la caridad cristianas.
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