Opinión
Arturas Scroffos
Richard Gere nos ha provocado a todos los hombres del mundo con su paternidad a los 69 años. No es una marca de registro pero molesta un poco. El doctor Iglesias Puga, que era un terremoto, embarazó a su joven pareja con 87 años, y ahí sí existe marca de registro y dominio del secreto de la fecunda virilidad. Pasó la temporada en la que muchos de los grandes actores de Hollywood coincidieron en su afán de regar las semillitas de sus jóvenes amadas. Y nacieron niños hijos de sesentones a decenas. Perdió nervio la costumbre cuando se empezó a sospechar de Arturas Scroffos, el masajista lituano de las famosas, de cuyas manos dijo Sharon Stone «que elevaban la turbación de la mujer hasta alturas inalcanzables». Las sospechas principiaron en la fiesta de cumpleaños de la hija de un gran actor de reparto que colaboró con la llegada de un nuevo ser al mundo a los 67 años, o al menos, así lo creía. Asistieron padres vetustos y jóvenes madres, y en un momento dado, uno de los cimarrones, formidable director y actor reparó en un detalle. Todos los hijos e hijas de los padres sesentones y setentones –entre ellos, el suyo–, presentaban rasgos y gestos acentuadamente coincidentes con los del masajista Arturas Scroffos, el de las elevadas turbaciones.
Nuestro genial pianista Andrés Segovia fue padre con ochenta años cumplidos. Se dice que un anciano general en la reserva, viudo y melancólico, se casó con una jovencísima y atractiva ceutí cumplidos los 75 años. Pasión desbordada. A los diez meses de la boda, la joven esposa del general rompió aguas y fue ingresada de urgencia. Y nació el bebé. La prensa local lo celebró con alegría y se dio a conocer al público la noticia en sus leídos «Ecos de Sociedad»: «Ha dado a luz una preciosa niña, que pesó cuatro kilos al nacer, la distinguida esposa del excelentísimo señor general don........., de soltera, doña..........El feliz acontecimiento tuvo lugar en la Maternidad Nuestra Señora de África y tanto la madre como la recién nacida gozan de perfecta salud. Felicitamos desde aquí a todas las tropas de la Guarnición».
El siglo XIX fue pródigo en hijos de párrocos rurales. Léase a Samaniego, Iriarte, Manuel del Palacio, y demás poetas satírico-sociales. Especialmente fecunda fue la comarca del Valle del Rudrón y sus páramos adyacentes. Cabañas de Virtus, Quintanilla de Escalada, Covanera, Tubilla del Agua, Masa, y la merindad del río Ubierna, que comprende hasta Vivar del Cid, ya inmediato a Burgos. Fueron años de devotas solteras con la flor atravesada por una generación de clérigos difíciles. Y el bueno del Obispo, llegó a un trato con un modesto ganadero de la zona. Si se hacía cargo de todos los niños de procedencia parroquial, además de evitar los miles de años de rigor del Purgatorio, recibiría de por vida una considerable cantidad para su manutención y formación escolar, siempre que el ganadero los reconociera como suyos. El ganadero cumplió, y cumplió el Obispo, pero los padres de las mozas vulneradas organizaron una batida y del pobre ganadero sólo quedó el apellido Esquinarro, que hoy llevan tantas personas de aquellas merindades. Esquinarro –se me olvidó apuntar el dato–, tenía 83 años cuando reconoció a sus 23 hijos de otros.
No obstante, siempre será preferible ser hijo de Arturas Scroffos a medias con el actor setentón de turno con madre guapísima y lozana, que crecer en la confusión de la adopción progresista y sostenible. Siempre que se hable de progresismo hay que incluir obligatoriamente la voz «sostenible», singular cursilería como la «gobernanza» y el «empoderdado», con lo sencillo y sosegado que resulta decir «estable». No deseo herir a nadie y menos aún con niños de por medio. Pero insisto. Prefiero ser hijo de madre y padre, aunque la paternidad se le atribuya a Arturas Scroffos, que el experimentar la progresía sostenible de la moderna adopción, y que mi padre se llame Manolo y mi madre Ramón, o mi madre Vanessa y mi padre Luisa Rosario. Por jóvenes que sean.
Las opiniones, si se exponen con educación, siempre merecen el respeto de los sostenibles.
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