Opinión

Conversación en la Tasca Suprema

La Tasca Suprema es una popular «casa de comidas» del centro de Madrid, muy cerca de la sede del PP y de la del Tribunal Supremo. Manuel Fraga almorzaba allí con frecuencia. También le gustaba a Rajoy y Pablo Casado es otro cliente habitual. Tampoco es extraño encontrarse con magistrados del Supremo. Allí mismo, dos jueces del Alto Tribunal, de diferente parecer político, explicaban a un periodista –cuando Puigdemont estaba pendiente de la decisión de la Justicia alemana–, que por mucho que lo intenten, quienes imparten justicia no son ajenos a influencias indirectas pero importantes, incluidas la de la opinión pública. «Y en Alemania, esa batalla, la gana por ahora el independentismo», recalcaban cuando en Madrid era todavía tiempo de cocido en la Suprema, un lugar que sin duda conoce Vargas Llosa, el autor de «Conversación en la Catedral», otra tasca, pero de Lima.

Los miembros de la Sala Segunda del TS tienen en sus puñetas el futuro político de Pablo Casado. La juez Carmen Rodríguez-Medel les ha centrado un balón que la mayoría de ellos preferirían no tener que rematar. Decidan lo que decidan, indignarán a los detractores o partidarios del líder del PP. Tropiezan con problemas añadidos. La juez, que quiso acceder a la Audiencia Nacional y sabe que ya nunca tendrá cabida en el Supremo, les ha enviado el asunto Casado, envuelto con un lazo de sentencias del mismo Tribunal, de casos que serían similares a éste. Además, al mismo tiempo que remitía su escrito a los magistrados del Supremo, también lo hacía público, algo que es correcto, pero no muy habitual y que, es obvio, influirá en los jueces de la Sala Segunda, competente en el caso, que preside Manuel Marchena. Por los pasillos semidesiertos en agosto del Supremo avanza un suave murmullo. Apunta hacia una decisión salomónica, que no gustará a casi nadie. Barajaría rechazar la prevaricación administrativa en el asunto Casado. Eso haría que la otra acusación, la de cohecho impropio, decayera al estar prescrita. Es solo un rumor –sólido– de verano, que no contempla cómo encajarán los magistrados todas las influencias a las que están sometidos. Tal vez desearían ser ciegos y sordos –como el ideal de la Justicia– pero, como decían en la conversación en la Suprema, no pueden. Ahora, el largo o corto viaje –repleto de obstáculos y de trampas– de Casado y su nuevo PP hacia la Moncloa, depende sobre todo de que logre atravesar con éxito el incierto y a veces imprevisible territorio del Supremo, en donde también tantas cosas influyen, porque los jueces son humanos. Conversación en la Suprema.