Opinión
Fiesta de la Asunción
Celebramos hoy la fiesta de la Asunción de la Virgen María. Fiesta de mucha raigambre en los pueblos de España. Este día la Iglesia celebra la victoria de Dios en la Virgen María sobre la muerte, participación, como no podía ser de otra manera, en la victoria de su Hijo, Jesucristo, en su resurrección de entre los muertos: la gran novedad en la historia humana. Esta victoria sobre la muerte funda nuestra esperanza, pero la funda en Dios, en su acción misericordiosa y de gracia. La esperanza cristiana, así, está en condiciones de comportamientos nuevos y sorprendentes en los cristianos.
Tal vez la Iglesia pueda parecer vieja o envejecida, puede parecer cargada de años y formada por personas de años, pero sabe la Iglesia que puede desear y la novedad de Dios y de su amor antes de obtenerla, sabe que puede amar y esperar contra toda esperanza y más allá de triunfos y de prestigios humanos, cree que Dios introduce en la historia un movimiento nuevo de vida sorprendente: sabe que Él llega y hace nuevas todas las cosas (Cf. Ap 21, 5). Esta es la paradoja de la esperanza, a la que nos invita la fiesta de hoy: podemos tener una Iglesia vieja de edad, pero que es capaz todavía de desear y de obrar en términos de futuro, de actuar para la propia renovación incesante de sí misma y del mundo.
Esta Iglesia, aparentemente o realmente envejecida, puede todavía, con la fuerza del Espíritu que resucitó a Jesús, construir su mañana si tiene fe suficiente para hacerlo. Animada con la fe sabe que para Dios no hay nada imposible, como escuchó María del Ángel de la Anunciación. Se trata de una prospectiva, de un futuro, animados por la fe, que tiene necesidad de confianza y de amor en Dios, que hace nuevas todas las cosas.
Si tenemos esta juventud de corazón, este ardor, todo es posible. La fuerza renovadora de la Iglesia surge de la gran esperanza que nos habita cuando apoyamos en Dios nuestra vida. Si apoyamos en Dios nuestra vida seremos, somos, capaces de dar vida y vigor nuevo a las relaciones entre los hombres, de generar en el mundo, anticipando el futuro definitivo que ya ha comenzado en Cristo resucitado, una verdadera revolución: la revolución de Dios, la revolución del Amor, de la vida en Dios.
La novedad del Evangelio, su grandeza y su belleza se expresarán en las nuevas relaciones que revienen de la vida con Dios. De ese apoyarse en Dios nace la sabiduría, la conciencia, la apertura cultural que son raíz de grandes y fecundos cambios en la sociedad. Las sociedades cambian, cuando las personas cambian sus proyectos, sus corazones, sus mentes; los verdaderos cambios nacen en los corazones y en las mentes de las personas.
Apoyarse en Dios; como hace María, la fiel esclava del Señor que dice: «Hágase en mí, según tu Palabra», es la gran fuente de esperanza y de renovación que necesitamos. A eso nos invita lo que hoy celebramos. Apoyarse en Dios, avivar la fe, renovar la esperanza: ése es el reto, y habrá una gran renovación en la Iglesia, se llenará de juventud y de fuerza para renovar nuestro mundo tan pobre y tan necesitado de esperanza, de esperanza verdadera y grande.
Que la Virgen Asunta a los cielos, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos, y nos muestre a Jesús, fruto bendito de su vientre bendito, que anhelemos y esperemos su triunfo y su venida, que vivamos con y de la esperanza firme en su venida. Que nos ayude en la fe, para que seamos dichosos, como Ella, y esperemos en el Dios de la misericordia que tanto quiere a los hombres que nos ha hecho para que, como Ella, estemos y vivamos con Él en el cielo donde reina el Amor que es Él y la felicidad plena que no se puede dar al margen de ese Amor. Que la Virgen Asunta a los cielos, llena de Dios, clementísima y piadosa, ruegue por nosotros, ruegue por España, pionera en la celebración de la asunción en cuerpo y alma de María a los cielos, para que seamos dignos de alcanzar y gozar las promesas de su Hijo, Jesucristo, de las que Ella goza para siempre y nos muestre nuestra vocación y nuestro camino.
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