Opinión
Memoria agradecida de Pablo VI
El día 6 de 1978, fiesta de Transfiguración del Señor, o Día del Salvador, como en algunos lugares se festeja, fallecía en Castelgandolfo el Papa Pablo VI, ya Beato, y pronto, en octubre, será canonizado santo. Un Papa a quien tanto la Iglesia como la humanidad debe muchísimo. El Papa del Concilio en el que participó como Padre Conciliar, y como Papa correspondió clausurar y aplicar en sus primeros pasos. Un Papa grande y audaz, testigo valiente del Evangelio, que nos confirmó en la fe y en la caridad, en momentos decisivos para Iglesia y el mundo. Falleció en un día muy significativo, un domingo y, además, fiesta de la Transfiguración del Señor, y, de alguna manera, la «transfiguración» del propio Papa Montini; un papa y un hombre sobre todo de fe, y «mártir» de la fe y de la verdad, que tanto quiso a la Iglesia y que tanto sufrió por todos.
Quiso que su vida «fuese un testimonio de la verdad para imitar así a Jesucristo». Fue el Papa del Concilio convocado e iniciado por el Papa «Bueno», San Juan XXIII, para promover la gran renovación de la Iglesia, entablar el diálogo sincero y constructivo con el pensamiento contemporáneo, con otras religiones y suscitar un gran dinamismo para que la Iglesia hiciese presente en el mundo a Jesucristo. A él le cupo la difícil tarea de impulsar el Concilio y ponerlo fielmente en práctica, por eso es el Papa de la renovación litúrgica conciliar, y el Papa de la fe, de la unidad y del diálogo, de la nueva evangelización del mundo contemporáneo.
En la última fiesta de San Pedro, presintiendo quizá el momento de su partida, nos dejó con estas palabras el sello de su pontificado: «He aquí el propósito incansable, vigilante, que nos ha movido durante estos quince años de pontificado. «Fidem servavi» («guardé la fe»), podemos decir hoy, con la humildad y firme conciencia de no haber traicionado nunca la santa verdad. Recordemos, como confirmación de este convencimiento y para confortar nuestro espíritu que continuamente se prepara para el encuentro con el Justo Juez, algunos documentos del pontificado, que han querido señalar las etapas de este nuestro sufrido ministerio de amor y servicio a la fe y a la disciplina», legando un magisterio rico y clave.
Entre los documentos de pontificado, «Ecclesiam suam» (agosto del 64), su primera Encíclica programática, la del diálogo y el encuentro; «Mysterium fidei», sobre el misterio eucarístico, centro y clave de la Iglesia (en octubre del 65, última etapa del Concilio); «Christi Matri» (15 de septiembre del 66), breve y desconocida carta, en la que se ordenan súplicas a la Santísima Virgen ante una situación extremadamente delicada del mundo; «Populorum progressio» (marzo del 67), con la que iluminó el desarrollo de los pueblos; «Sacerdotalis Coelibatus» (en junio del 67), «Evangelica testificatio» (junio del 71), sobre la vida consagrada; «Paterna cum benevolencia» (diciembre del 74), para orientar el Año Jubilar de la Reconciliación; «Gaudete in Domino» (mayo del 75), bellísima sobre la verdad de la alegría admirable que caracteriza el ser cristiano; «Evangelii Nuntiandi», (diciembre del 75), Exhortación Apostólica postsinodal sobre la evangelización del mundo contemporáneo, «dicha e identidad más profunda de la Iglesia», de tan benéficas repercusiones; y «Humanae Vitae» (25 de julio de 1968), verdaderamente profética, en la que se subrayan los fuertes vínculos existentes entre la ética de la vida y la ética social en el matrimonio y la familia, y el «Credo del Pueblo de Dios» (1968), que bien podría resumir su pontificado y que debiera alumbrarnos en nuestros días.
El Papa Pablo VI fue un «pastor conforme al corazón de Dios». Necesitamos conocer más y mejor a este Papa, «manso y humilde corazón», que estuvo para servir y dar su vida por todos. Se le conoce quizá poco, sobre todo en España, y sin embargo, es tan actual y vivo su magisterio, tan luminosa su palabra y tan ejemplar su vida en favor de la paz, del desarrollo y progreso de los pueblos, de la familia, tan fundamental cuanto dijo e hizo, que es ejemplo para superar la secularización tan lacerante que padecemos. Si tal conocimiento fuese mayor y mayor también la identificación con su persona y su legado estoy seguro que la Iglesia en nuestros días y el mundo de hoy se verían altamente favorecidos y mejorados. Fue un profeta en muchas cosas, por ejemplo, en la visión que nos proporcionó en su encíclica «Humanae Vitae» tan necesaria en nuestros días y de tan largo alcance para el futuro de los hombres, tan decisiva para comprender la verdad, la grandeza y la belleza del matrimonio, del amor y la sexualidad, aunque esta encíclica sea recibida muy a contracorriente o rechazada por el espíritu hodierno de tantos poderes mundanos; esta encíclica profética ha marcado una etapa nueva y esperanzadora sobre la vida y su transmisión, y en ella «se subrayan los fuertes vínculos existentes entre la ética de la vida y la ética social» (Benedicto XVI). Por eso resulta tan necesario su recuerdo y aprender de él.
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