Opinión

Teníamos unos espejos

Hablando Jean Clair, en su libro «L´hiver de la culture» que es una especie de toque de atención de lo que fue el espejo de la cultura y su implicación en ella, en el ámbito del arte como director del Museo Pompidou de París que fue, escribe: «Del tiempo a la gloria de un Dios creador este pobre sucedáneo que es el museo del hombre descubre su imagen, Malraux será el sacerdote. Pero esto era pedir a la cultura lo que sólo un culto puede dar». El Ministerio de Cultura de Malraux «tendría la función de proteger y de ilustrar los diversos modos un pensamiento de la transcendencia que, en una sociedad laica en busca de su finalidad, permiten a la humanidad sobrevivir a la idea de su desaparición. En lugar del Ser Supremo algo así como la celebración de la Nada suprema». Pero ni siquiera sucedió esto, sino el entierro festivo del pasado, y exposiciones y museos le comenzaron a parecer, a Monsieur Jean Claire, que sólo eran pretextos para distraer a gentes a quienes cada vez en mayor proporción no interesan ni libros ni cuadros ni desde luego buscan ninguna transcendencia, sino un juguete.

Y la devaluación es tan total que ya hablamos tranquilamente hasta de «la cultura del queso» y otras mil culturas por el estilo, que seguramente, no tardando resultarán de una intolerable densidad metafísica. Nunca se sabe lo bajo y lo deprisa que se puede descender por un tobogán que arranca de muchos siglos y muy altos hacia abajo. Y sobre todo, si se trata de bajar desde la razón al imperio de la opinión, avalada, desde luego, por una autoridad cesárea o divina que es la propia, el famoso derecho a decidir.

Hace algunos años, en el tiempo del estreno de este nuevo estado de cosas, todavía pasaba por una excéntrica genialidad, pongamos por caso, una voluntaria expresión de cinismo, desvergüenza, o divertimento de artista moderno que, como Andy Warhol, aseguraba que cualquier pequeña intervención suya en unos vasarcillos comprados en un mercado, los convertía en una obra de arte. Pero es que, de hecho, así sucede y podemos leer que ha sido adquirida, incluso por parte de algún museo, a un precio que nos quiere dar idea de su inmenso valor. Y, para entender que éste no es un puro azar sino la pura normalidad sólo tenemos que percatarnos de cuál es y cómo funciona nuestro sistema de conocimiento dentro de un ámbito cultural absolutamente nuevo, que hace unos años llamó M. Epstein «postmodernismo» o «estado superior y último del comunismo», y describió como «la creación de la hiperrealidad con la ayuda de las redes de comunicación e informática, que convierten una imagen, un signo, una idea en algo más evidente, obvio y real que aquello que es reflejado por esta imagen o signo». Esto es, si nuestro ámbito de vivir social ha sido así creado en su totalidad, cuando nos encontremos con la realidad ya sabemos que, como explica un amigo, si antes se decía un poco baratamente que fe es creer lo que no vemos, postmodernismo es no creer lo que vemos. Se nos desposee de toda cultura como vieja antigualla y nuestra misma experiencia se nos arrebata, y entonces no tenemos ninguna dificultad en admitir que los pollos se asan en la nevera y se congelan en el horno como ya pronosticó Sir Bertrand Russell. Y, si no ocurriera así, bien puede ser como consecuencia de la Inquisición española, una educación memorística o el atraso tecnológico. E incluso el cumplimiento de la famosa Ilustración uno de cuyos prohombres se hizo el campeón contra la cultura. la escuela y los libros, contra los que también avisó la señora Mao.

Todos hemos llorado, en efecto, ante la autoritaria imposición de una tradición cultural al niño –la del alfabeto, la memoria y el saber–. Y hemos producido las primeras levas de buenos y encantadores salvajes que se conducen por decisionismo, al margen de los espejos de la razón del pasado.