Opinión
La regeneración pronominal
Ante los grandes problemas que acucian a nuestro país muchos abogan por un proceso regeneracionista. Se entiende que España se encuentra en una fase de agotamiento y deterioro político, análoga, salvando distancias, a la que suscitó el pensamiento regeneracionista de Joaquín Costa, el cual encarnaba la principal expresión de una renovada conciencia nacional que aspiraba a la reforma del país. Es recomendable leer su obra «Oligarquía y caciquismo» en la que criticó radicalmente al sistema caciquil que había impedido la implantación de una verdadera democracia basada en las clases medias y la modernización económica y social del país.
Esta lectura ayuda a analizar con perspectiva nuestros problemas actuales y a comprobar las notables diferencias existentes, sobre todo, el espléndido desarrollo de España en las últimas décadas. Se dice que regenerar es poner una cosa deteriorada o gastada en buen estado, pero si convertimos el verbo en pronominal, significa el abandono de hábitos o conductas que se consideran perjudiciales. Y aquí es donde creo aparece el verdadero problema de España, el cual no radica en su sistema democrático, no se ubica en su arquitectura institucional, no es el Senado, ni tan siquiera los excesivos aforamientos, nuestro problema está en hábitos y conductas de personas concretas. A comienzos del siglo XX se consideraba que el régimen de la Restauración estaba agotado, la corrupción, el caciquismo, el falseamiento electoral, la cuestión social, el agotamiento de los partidos tradicionales y la irrupción de otros con una «nueva política» dejaron al régimen inmerso en una crisis de legitimidad, representación y funcionamiento.
Como ciudadano me niego a pensar que España en estos momentos está en una situación similar, al revés, nuestro país goza de una salud democrática que está muy por encima de las prácticas políticas, no se debe confundir el normal desenvolvimiento del sistema con estos hábitos y conductas que se deben abandonar para que pueda darse una verdadera regeneración, pero en sentido pronominal. Esta semana hemos vivido una actuación parlamentaria no solo cuestionada, sino proscrita por nuestro Tribunal Constitucional, y es cuando menos curioso que la justificación consista en que otros lo habían hecho en el pasado. No busquemos el problema en la institución, ni tan siquiera en sus procedimientos, falla el comportamiento humano. Para mejorar hay que aprender a despedirse de los errores del pasado.
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