Opinión
El refugio
Gracias al establecimiento de la democracia y del Estado de Derecho, la justicia se ha convertido en nuestro mecanismo de defensa para poner límites al uso abusivo del poder. El totalitarismo, por contra, se afana en que ese uso abusivo no esté sujeto a ningún límite. La judilización de la que tanto se quejan algunos hoy en día (sobre todos los que han delinquido) viene de que la justicia ha tenido que poner límites a un poder arbitrario que ha querido saltarse las leyes y modificarlas, cambiándolas a su conveniencia.
Existe una pasmosa leyenda urbana que afirma que ningún juez puede llevarle la contraria a lo que la gente decida votando. Pero es precisamente al contrario: puede y debe. Por ejemplo, en los Estados Unidos de América un 71% de la población está a favor de la venta libre de armas. ¿Estamos seguros entonces de que la masa votante siempre acierta? Me permito dudarlo. Contra los caprichos de la muchedumbre, nos protegemos toda la sociedad con un sistema prudente y parsimonioso de cambiar las leyes, para que nos permita el tiempo suficiente de calibrar los cambios, debatirlos y reflexionarlos.
Una vez reformadas las leyes, siguiendo el sistema parlamentario y sin apartarse de él, quedan los jueces encargados de ser los guardianes e intérpretes de esa legislación. Frente a esa bobada desinformada de que un juez no puede llevarle la contraria a lo que vota la gente, se erige como un gigante la sombra de las palabras de Thoreau, uno de los padres pensadores de la democracia moderna y autor precisamente de la obra «Desobediencia Civil».
En ella, Thoreau deja caer una sentencia moralmente prístina que dice: «cualquier hombre más acertado que sus vecinos constituye una mayoría de uno». La frase no es una «boutade» ni una frivolidad, como lo demuestra el hecho de que autores posteriores tan importantes como Ibsen se la tomaron muy en serio y la llevaron a ser motivo central de algunas de sus obras artísticas de debate y tesis para hurgar en las contradicciones y tareas complicadas de la democracia.
Thoreau: el último refugio del hombre contra el Estado (incluidos sus gobiernos regionales). Refugio del hombre, ojo, no de la masa.
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