Opinión
Cultura instantánea
A principios de este mes se supo que la Biblioteca Pública de Nueva York está transformando novelas clásicas en historias para Instagram, convirtiendo sus páginas en pequeños videos interactivos que el usuario podrá hacer avanzar o retroceder. La idea es promover el conocimiento de los clásicos e impedir que caigan en el olvido. Inevitablemente, han surgido las voces que se preguntan si eso es en verdad lectura. Al ser historias más breves y visuales, late detrás de las objeciones el miedo a que aparezca una nueva forma de narratividad basada en contenidos efímeros, consumo rápido y eminentemente multimedia, que arrincone la lectura clásica de ficciones al nicho de lo meramente testimonial y marginal. Ese es el estereotipo distópico, pero si algún día la humanidad renuncia a las historias largas y reflexionadas –que nos iluminan sobre lo que somos como humanos– no será por culpa de Instagram o de la biblioteca neoyorquina, sino porque los humanos habremos llegado a un punto de espesa estupidez que, para seguir vivos en la cadena evolutiva, no nos exigirá más. Mientras tanto, pensemos que la iniciativa de difusión de las «Insta Novels» (y pase la palabra) puede tener influencias de flecos políticos o sociológicos que a mí me parecen más interesantes.
Por ejemplo: una gran cantidad de personas en esta parte del mundo están convencidos de la necesidad de una soberanía europea para tener futuro. Pero difícilmente se conseguirá tal soberanía sin una cohesión cultural. Cuando necesitemos saber qué es Europa ¿habrá algo mejor que ese hilo de historias enlazadas desde «La Odisea» de Homero hasta «Patria» de Aramburu, pasando por «El Quijote», «Madame Bovary», «La Metamorfosis» o «Guerra y Paz» para hacerse una idea cabal de qué son Grecia, Rusia, Chequia, Francia o España?
Cursos de lectura rápida existirán siempre. Aumentar la obtención de información sugiere una promesa de ascenso social. Pero hay conocimientos muy complicados que no atienden a la prisa, que hay que mascarlos lentamente. Impedir digitalmente que nuestros hijos olviden cómo existió una ballena imaginaria llamada «Moby Dick» me parece el primer paso inevitable para abrir la puerta a esa masticación.
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