Opinión
Un plebiscito cotidiano
Próximos a celebrar el 40 aniversario de nuestra Carta Magna se multiplican las propuestas de reforma. Para algunos, esta reforma surge de la necesidad de buscar una fórmula para un nuevo acomodo de Cataluña en España, lo cual, en un momento como este en el que estamos viviendo una presión independentista tan intensa, se antoja difícil. Resulta paradójico cuando menos negociar una reforma constitucional con quienes se sitúan fuera del sistema constitucional español y utilizan la amenaza permanente de la ruptura total. En mi opinión, una agenda de reforma constitucional pasa por buscar amplios consensos entre los que de verdad creen en un proyecto en común, y ponerse de acuerdo en los aspectos reformables de nuestra Carta Magna, algo que se debe hacer sin presiones y sin premuras, barajando un horizonte reformador a medio plazo, como mínimo de una legislatura completa. Algo que nos ha ayudado y mucho para avanzar por una senda de éxito y progreso se merece un periodo de reflexión serio en su contenido y en sus formas.
España como proyecto común debe ser la guía y parámetro de esta agenda reformadora, porque sino nos ponemos de acuerdo en lo que es y debe ser España los que creemos en ella, mal se va a convencer a los que la quieren abandonar. Conviene recordar la definición de Ortega sobre nación «como un proyecto sugestivo de vida en común», muy próxima a la de Renan, «una nación es un plebiscito cotidiano». Resulta también paradójico que algún independentista utilice esta última frase para justificar la reivindicación de la independenci. Renan creía en la humanidad frente a la compartimentación en tribus, en la razón ilustrada frente al fervor irracional de la masa, en las personas frente a las ensoñaciones colectivas, en definitiva, en las sociedades abiertas frente al nacionalismo. España como proyecto en común ha perdido las notas tradicionales de un nacionalismo español para convertirse en una realidad activa y dinámica que debe seguir teniendo en común ambiciones e ilusiones. Lo que más alimenta el nacionalismo centrífugo es, como decía Ortega, «una existencia pasiva y estática como el montón de piedras al borde de un camino». Si conseguimos mantener un fuerte y dinámico proyecto de vida sugestiva como ligazón de la inmensa mayoría de los españoles, habremos vencido al independentismo.
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