Opinión

Los conjurados

Se avecinan tiempos oscuros de nacionalpopulismo. La lucha ideológicamente más importante de la primera mitad del siglo veinte fue contra el nacionalsocialismo, la más importante de su segunda mitad fue contra el comunismo. La gran pelea del siglo veintiuno será contra el nacionalpopulismo, como variante de esos autoritarismos y totalitarismos que cíclicamente asedian al pensamiento humano. El motor de esta columna ha sido siempre buscar, en los clásicos de la literatura, frases, sentencias o reflexiones que, escritas hace mucho tiempo, puedan aplicarse netamente a los momentos actuales y arrojar algún tipo de luz sobre la vida de ahora mismo. Por eso, resulta revitalizador hoy en día recurrir a Borges y ver que, incluso en su vejez, cuando las fuerzas le fallaban y ya le estaba vedado ver el mar, el gran poeta nunca dejó de tener las cosas perfectamente claras. Uno de sus últimos poemas, escrito a los ochenta y tantos años, se titula «Los conjurados» y habla de un grupo de hombres de diversas estirpes e idiomas que a lo largo de la Historia han tomado la extraña resolución de ser razonables, de olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades. Dice que esos hombres llevan desde la antigüedad conspirando para ese fin. Lo mejor de esa conjura es que no tiene reglas ni exige carnet para formar parte de ella. Hoy ya no son indispensables sociedades secretas ni catacumbas para formar parte de esa legión de conjurados. Solo se precisa una convicción íntima: la de que la belleza, como la felicidad, no son estables ni inmutables, pero sí más frecuentes de lo que parece. No hay día que no posea en su interior, al menos por un instante, un momento feliz. Mientras percibamos eso, la conjura razonable avanzará siempre.

Ha sido un clásico de la humanidad soñar con ejércitos sin generales. Por fin ya tenemos uno, distribuido por doquier más allá de cualquier frontera. En los próximos años muchos demócratas perecerán en diferentes partes del mundo. Serán amenazados, coaccionados, heridos e incluso repugnantemente asesinados. Pero la conjura de Borges seguirá persistiendo. Sus raíces se seguirán adhiriendo fuertemente a las pequeñas grietas de felicidad que aparecen en los muros.