Opinión
Miel y calabaza
Hace ahora una semana que el agua empezó a desbordarse desde el cielo en Sant Llorenç provocando muerte y desolación. A los barceloneses de finales de los setenta, una catástrofe de este tipo en Baleares nos toca de una manera especial. En esa década, la ciudad estaba embarcada en una búsqueda apasionada de la libertad –entendida como innovaciones culturales– y el archipiélago vecino tenía una configuración de paraíso adonde, siempre que podíamos, los jóvenes nos escapábamos a través de pasajes baratos de barco. La luz de color miel y calabaza, propia del lugar, contribuía a realzar ese ambiente mágico. Los isleños tenían, además, un punto de disidencia, de heterodoxia –tanto a izquierda como a derecha– que solo hoy, a la luz de los acontecimientos, me atrevería a calificar de «tabárnico». Y es que los barceloneses que invadíamos sus pueblos, calas y bosques, éramos recibidos con una mezcla de cariño seco y escepticismo que nos colocaba suavemente en nuestro lugar. Los locales se reían un poco de nosotros, de nuestra ridícula soberbia, de nuestro desconocimiento boquiabierto y nuestra fachendosa autosatisfacción. Era una muy adecuada lección de humildad que nos habla de ciertos valores de aquel tiempo que intentaré conservar siempre conmigo mientras viva. Los acompañaré siempre en la memoria con aquella especie de paisaje valenciano delimitado por un vallado de mar turquesa cristalino.
Una de las víctimas de la tragedia de Sant Llorenç se llamaba Biel Mesquida. Es un nombre muy abundante en las islas. Ha habido allí innumerables Bieles Mesquidas que se han dedicado a los más diversos oficios: cantautores de rock, artesanos, artistas, escritores, industriales... Ninguno de ellos es mejor o más importante que otro y todos han transportado en el fondo de su retina esa luz miel y calabaza. Puede que eso explique la naturalidad de paisanos como el tenista Nadal. La homonimia nos iguala a todos. Hoy nos falta un Biel Mesquida, pero otros vendrán a sucederle, prolongando su labor. Uno de ellos escribe. En libros suyos como «Excelsior» o «Trémolo» encontrarán esa luz balear. Continuada. Y si, como lectores, la hallan entonces quizá yo haya sido capaz de hacerme comprender.
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