Opinión
Hacer desaparecer
La censura como conducta no es otra cosa que intentar hacer desaparecer alguna cosa que nos incomoda, sea para el público de OT una palabra de Mecano o la relevante palabra de Jamal Khashoggui para los jeques árabes. Cuando uno entra en ese camino es fácil equivocarse y que se vaya la mano. En el caso de la embajada, alguien podría haber pensado que la mejor manera de suprimir las palabras era suprimir la fuente que las emitía. Muerto el perro, se acabo la rabia. Se quería hacer desaparecer las palabras del periodista y probablemente se terminó haciendo desaparecer al periodista mismo.
La censura política tiene al menos una debilidad: es concreta y podemos saber cómo combatirla y contra quien. Menos peligros, pero más complejidades para enfrentarse a ella, ofrece la censura popular. La censura popular es difusa, irracional y actúa a bulto. Crea ambientes de bienpensantes tendentes a la asfixia y a la caza de brujas. Suele partir de la errónea idea de que, por ser muchos el pueblo, tendrán más razón que los derechos individuales. Hay que combatirla enfrentándose a la masa e intentando hacerles razonar uno por uno; cosa inacabable ya que quién se esconde en la masa es porque, evidentemente, ahí se siente cómodo y no quiere salir de ese refugio. En esos casos, invitarles a leer palabras de Arturo Barea es siempre saludable y ayuda a la reflexión. Barea, en su obra autobiográfica «La forja de un rebelde», nos cuenta cómo él, socialista de convicción, terminó ejerciendo de censor para los comunistas durante la Guerra Civil, impidiendo que los periodistas extranjeros dieran noticia a sus medios de aquellos hechos que sucedían dejando mal a la República. Le irritaba el convencimiento con que los corresponsales, a la vista de los sucesos, daban por cierta, a corto o largo plazo, la derrota de la República. Barea, con franca desnudez, reconoce que se puso a censurarlos dice que con «furia salvaje», «como si, suprimiendo frases aquí o allá, estuviera suprimiendo un hecho real cuya idea me era odiosa».
Barea, lúcido y honesto, sabía muchos años después que, por mucho que hagamos desaparecer palabras, no por ello desaparecerán las realidades que estas nos muestran.
✕
Accede a tu cuenta para comentar