Opinión

Castigo a la corrupción: no a la globalización

Durante los últimos años, la izquierda ha tratado de explicar el auge del populismo de derechas apelando a los problemas económicos ocasionados por la globalización. Supuestamente, el desarrollo de los intercambios internacionales, así como la intensificación de los flujos migratorios transfronterizos, habrían empobrecido a amplios sectores de la clase media occidental y, en consecuencia, estos se habrían rebelado contra el sistema votando a partidos nacionalistas y proteccionistas. En esa teoría encajarían movimientos como el de Donald Trump en Estados Unidos, la Liga Norte de Salvini en Italia, el Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia, Alternativa para Alemania, Viktor Orban en Hungría o Geert Wilders en Países Bajos. Todos ellos con un discurso marcadamente antiinmigración y proaranceles que protejan a la industria nacional frente a la competencia extranjera. Los economistas incluso han abrazado una hipótesis –el llamado «Elefante de Milanovic»– según la cual la renta per cápita de las clases medias occidentales se habría estancado durante las últimas tres décadas de globalización, a diferencia de lo que habría sucedido con la renta per cápita del Tercer Mundo y de los más ricos dentro del Primer Mundo: de ahí, nuevamente, la confabulación de la clase media occidental en favor del populismo de derecha y en contra de la globalización. La narrativa ha resultado de enorme utilidad para la izquierda, dado que le permitía matar dos pájaros de un tiro: la forma de derrotar al populismo de derechas pasa por acabar con la «globalización neoliberal». La victoria de Jair Bolsonaro en Brasil supone, sin embargo, un revés a esta autocomplaciente historia izquierdista por tres razones.

Primero, la renta per cápita del país, una vez descontada la inflación, se ha incrementado un 26% durante los últimos veinte años: por consiguiente, no cabe explicar el triunfo del populismo de derechas en Brasil por el empobrecimiento generado por la globalización. Segundo, la desigualdad de la renta también se ha reducido durante las últimas dos décadas: de modo que tampoco cabe explicar la victoria del líder populista apelando al cada vez más desigual reparto de la riqueza derivado de la globalización. Y tercero, Bolsonaro ha ganado las elecciones prometiendo reducciones de aranceles: es decir, su discurso económico no es proteccionista sino tímidamente librecambista. ¿Por qué entonces los brasileños lo han elevado a la Presidencia del mayor país de Latinoamérica si no es como reacción a la globalización? Es probable que la causa de su éxito electoral esté ligada a su frontal campaña contra la corrupción y la inseguridad ciudadana que han asolado el país durante los últimos gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT). Sin embargo, mi intención no es tanto elaborar una explicación precisa sobre la victoria del populismo de derechas en Brasil cuanto desmentir la ideologizada narrativa promovida por la izquierda durante los últimos años: no, la causa única y universal del populismo de derechas no es el despliegue de la globalización durante las últimas décadas. Así que dejemos de emplear tan mala excusa para cargar contra ella.