Opinión
A punta de testamento
Si hay un impuesto injusto y abusivo, ese es el que hay que pagar cuando se hereda; y lo es porque grava bienes por los que ya se pagado con carácter previo a través de otras figuras impositivas –y en ocasiones varias veces–; porque obliga con más frecuencia de la que sería deseable a vender en un plazo muy poco generoso una propiedad que quizá se quisiera conservar por razones sentimentales para poder pasar por caja; porque su cuantía depende de quién gobierne en cada momento y en cada comunidad autónoma; porque no tiene en cuenta la capacidad económica ni la situación de los herederos y porque, en definitiva, no parece justo que cada día cien españoles, que se dice pronto, tengan que renunciar a su herencia porque la voracidad del Impuesto de Sucesiones amenaza con arrancarles el brazo hasta el codo. Si Hacienda no es precisamente un dechado de sentimientos, en este caso concreto, las haciendas autonómicas son implacables: solo admiten efectivo y de una tacada, nada de facilidades o a plazos. A tocateja puedas o no.
Hay comunidades que hace tiempo han reducido esta mordida hasta convertirla en casi simbólica. Otras lo están haciendo a medida que se acercan las elecciones autonómicas que, como todo el mundo sabe, son estupendas para que durante una temporadita la madrastra se convierta en Blancanieves, pero no nos equivoquemos: que se rebaje, que se apliquen exenciones hasta una determinada cantidad o que se extiendan a otros grados de parentesco no significa que deje de ser un atraco; con todas las de la Ley, sí, pero no por ello más ético que el del que te quita la cartera a punta de navaja amparado por la oscuridad de un portal. Por eso se agradece la propuesta de Cs para que se suprima. Conseguirlo será ya harina de otro costal.
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