Opinión

Melancolía liberal

Los días de difuntos como hoy no puedo evitar –aun sin quererlo– rebelarme contra Larra. Rindo culto a su prosa certera, de ágil quiebro de cintura e instinto de sátira, y adoro también su habilidad para pasar velozmente del malabar ligero a la trascendencia honda. Mariano José de Larra me parece, pues, un gigante de las letras pero, en días como hoy, me rebelo contra su canónico artículo del día de difuntos de 1836.

Ese texto corto tiene algunos de los párrafos y expresiones más inolvidables de la lengua española (la diferencia entre escritores y escribanos, por ejemplo, o la visión de que el cementerio está dentro) pero se complace en una melancolía derrotista muy similar a la de nuestro tiempo actual. La época de Larra estaba, como la nuestra, dividida entre facciosos y liberales. La única diferencia es que entonces cada bando estaba orgulloso de ser lo suyo y no pretendían que el faccioso siempre era el otro. La desesperanza que muestra Larra en su famoso artículo refleja miedo; un miedo que tiene su parangón exacto en muchas de las cosas que nos asustan hoy en día. En ese miedo encuentran su origen algunos fascismos de perfil bajo que nos van rodeando, jaleados por multitudes, a base de ideas simples y mentiras primarias. Es miedo a la globalización, a la diversidad de los cambios constates y rápidos. La aceleración de las cosas, la velocidad con la que pasa todo (y con que lo conocemos actualmente), provocan ansiedad y sensación de inseguridad. Eso es lo que nos conduce hacia el miedo y la desesperanza.

Lo sé: siempre resulta difícil encontrar a un liberal que no posea un poco de melancolía en el alma o, en su defecto, a un socialdemócrata que tenga sangre en las venas. Pero un proyecto de socialdemocracia liberal y reformista me parece el modo menos malo que podemos encontrar para que unos seres humanos (enchufados de complutense en su mayor parte) ejerzan su dominio sobre otros.

Larra tendría que haber conocido el rock’n’roll para saber que la lucha será eterna. Porque, contra lo que él –motivadamente– pudo llegar a creer, los vivos nunca morimos en vida sino que, en días como hoy, lo que precisamente queremos es que haya mucha vida antes de la muerte.