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Opinión
La desaceleración económica no es una posibilidad, es una certeza. Por tercer trimestre consecutivo, el crecimiento intertrimestral del PIB español entre julio y septiembre se ha ubicado en el 0,6%, tal como acaba de constatar el Instituto Nacional de Estadística. Estas cifras están alejadas del ritmo de expansión de entre el 0,7% y el 1% que había venido definiendo a nuestra economía hasta finales de 2017. Tan modesto crecimiento intertrimestral se ha traducido, a su vez, en una expansión interanual de sólo el 2,5%. Claramente por debajo del 3% al que crecimos en 2017 e incluso por debajo del objetivo del Gobierno del 2,6% para el conjunto del año. Es cierto que todavía tenemos un trimestre por delante para intentar que la expectativa gubernamental se materialice, pero para ello necesitaríamos expandirnos a una tasa del 0,8% entre octubre y diciembre, algo que ni siquiera logramos durante el cuarto trimestre de 2017 (momento en el que la economía se encontraba en bastante mejor forma que en la actualidad). O dicho de otro modo, no es sólo que la economía se esté frenando, sino que lo está haciendo a un ritmo mayor del que habían previsto el propio Gobierno y la mayoría de analistas. Es verdad que no estamos, ni mucho menos, ante un desplome dramático de la actividad, pero sí ante un enfriamiento que, sobre todo, viene impulsado por nuestra menor competitividad exterior (la demanda exterior está contribuyendo negativamente al crecimiento del PIB) y por el enfriamiento de la demanda inversora, lo cual pone de manifiesto que las expectativas empresariales sobre el futuro se están comenzando a resentir y que, en consecuencia, los inversores muestran más cautos a la hora de destinar su capital a la creación de nuevos proyectos empresariales. La única macromagnitud que se mantiene vigorosa es el consumo interno, impulsada especialmente por el consumo de las Administraciones Públicas. Ahora bien, no deberíamos dejarnos deslumbrar por el hecho de que el gasto en consumo mantenga de momento su pulso. El consumo siempre es la variable que menos, y más tarde, fluctúa a lo largo de los ciclos económicos, sobre todo si se halla «falseada» por los desembolsos que efectúa el Estado al margen de cuál sea la coyuntura del conjunto del país. En definitiva, atendiendo a los nuevos datos de Contabilidad Nacional publicados por el INE, el Gobierno de Sánchez-Iglesias debería replantearse seriamente la estrategia presupuestaria y regulatoria que está siguiendo. En medio de una desaceleración que probablemente todavía no haya tocado fondo, no es el mejor momento para disparar la presión fiscal ni las cargas normativas que recaen sobre los empresarios, los cuales, como hemos comentado, ya están relajando su dinámico impulso inversor de años anteriores. Tampoco lo es, por cierto, para retrasar la consecución de nuestros objetivos de déficit y, en consecuencia, seguir acumulando nueva deuda pública. Es, en cambio, el momento de bajar los impuestos, reducir el gasto público y comenzar a recortar nuestro endeudamiento pasado. Ya no podemos vivir de las rentas procedentes de un crecimiento económico acelerado.
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