Opinión

LA RAZÓN, en su XX aniversario

El lunes este diario, LA RAZÓN, celebró brillantemente sus primeros veinte años de existencia. Mi más cordial y merecida felicitación y con ella también mi agradecimiento y mi solidaridad. Creo que en esa felicitación y en este agradecimiento me hago eco de muchísimos otros lectores que, sin duda, se suman con mucho gusto a esto mismo. La presencia de tan altas y significativas personalidades que asistieron al acto de su XX aniversario, como homenaje al mismo con ocasión de tal efeméride, pone de manifiesto el aprecio y respeto que los diferentes ámbitos de nuestra sociedad tienen a este medio de comunicación social relativamente nuevo y joven. LA RAZÓN en estos veinte años ha cumplido un grandísimo servicio a toda la Nación Española, ha sido, sin duda, un instrumento colosal para la convivencia y la unidad entre todos, sin partidismos aunque sí tomando partido por donde se encuentra la verdad, porque ha sido un instrumento mediático al servicio de la verdad que nos hace libres a través de una información veraz y justa, no distorsionada ni condicionada por intereses, sin caer en el relativismo, –verdadera carcoma de nuestra cultura–, y por el ofrecimiento de opinión que no se impone, sino que se ofrece a todos en libertad. Un medio que hace honor a su nombre, «la razón», la cordura, el sentido común, la imparcialidad, y que se manifiesta en la búsqueda y el servicio al bien común. Un Diario de todos y para todos. Independiente y libre, como nuestra Constitución, de la que es tan claramente deudor, defensor y difusor. Creo, con toda sinceridad, que ha estado al servicio de una sana opinión pública, sobre todo en materias de capital importancia, como el valor de la vida, la estabilidad y fecundidad de la familia, la paz y la guerra, los derechos humanos, la religión y la moral, la libertad de enseñanza, la unidad de España, la monarquía como símbolo y garantía de esta unidad, sencillamente porque ha buscado y ha estado al servicio de un humanismo que se inspira en nuestras raíces y tradición más propias, que son cristianas aunque algunos no lo vean así; LA RAZÓN sí que lo ve de este modo. Y, además, llevando el agua a mi molino, como Obispo, tengo que agradecer cómo ha tratado a la Iglesia. En este sentido debo destacar, entre otras cosas, el encarte semanal –con verdaderos costos a sus espaldas que yo conozco– del «OSSERVATORE ROMANO» en su edición española semanal que proporciona a todos la voz del Papa, sin el cual no sería conocida directamente esa voz tan iluminadora y necesaria, entre muchos de nuestros conciudadanos, y que tanta falta nos hace: por ejemplo en el número del domingo se ofrecía la realidad del Sínodo de Obispos de los jóvenes del que tal vez han llegado a la opinión pública visiones o voces parciales o difusas, por no decir distorsionadas, pero que, sin embargo, tanta falta hacen palabras verdaderas de este Sínodo que, sin duda, tanta esperanza suscita. No ha sido ni es un diario confesional, pero sí ha sido respetuoso con lo confesional, con la Iglesia e incluso, en más de una ocasión se aprecia su tendencia y posición; ha sido un signo de una confesionalidad en libertad, capaz de reconocer la aportación y el papel insustituible de la Iglesia y del cristianismo a la sociedad y a su vertebración. Estimo que ha sido y es exponente de la laicidad positiva a la que se debería aspirar. Además, y eso es lo menos importante, me ha permitido, mejor me ha pedido, –aún no se ha cansado de mí– que durante años publique semanalmente mi artículo que quiere ser una contribución cristiana con nitidez al pluralismo de la sociedad y a la verdadera tolerancia que es imposible sin expresar con claridad la verdad que hemos recibido y de la que no podemos disponer, como vengo haciendo, la verdad de la fe cristiana que se ofrece a todos, se propone a todos, dialoga con todos, pero no se impone a nadie, pero tampoco se oculta, porque esa visión cristiana no me pertenece sino que es de todos y se ofrece a todos. Puedo decir como anécdota que días después de su aparición, pregunté a dos políticos muy relevantes, uno del centro derecha, y el otro de la izquierda moderada –a veces están de acuerdo en ciertas cosas– qué les parecía LA RAZON. Los dos me respondieron lo mismo: «no durará mucho, todo lo más unas semanas», al tiempo que aparecieron otros diarios, que sucumbieron. Por suerte para todos se equivocaron, y ya son veinte años, y los que vengan, que espero sean muchos. LA RAZÓN hace falta en España, porque nos hace falta cordura, libertad, sentido común y afán de entendimiento en estos momentos. Creo que no exagero ni me equivoco al afirmar que España sería otra sin LA RAZÓN, juntamente con otros medios en papel muy meritorios. Una palabra final para pedirle algo a este diario, sencillamente: que siga siendo así, fiel a los criterios que le inspiran, porque tendrá futuro como le deseo, aunque se mantenga en límites modestos que sólo con fe, esfuerzo, tesón y valentía, audacia, esperanza y, sobre todo, la ayuda de lo Alto, seguirá caminando con la frente bien alta, siempre adelante y en libertad, sirviendo.

Un abrazo muy cordial y lleno de amistad y mis mejores deseos para los que son parte activa de LA RAZON.