Opinión
Identidad mutante
El pensamiento identitario de los nacionalismos siempre nos propone una supuesta identidad inmutable que, desde el punto de vista científico, solo puede ser considerada hoy en día una falacia. Es científicamente falso porque la neurobiología ha avanzado mucho y, actualmente, ya sabemos que el cerebro humano es de una plasticidad enorme y cambia cada día. Cada experiencia cotidiana nos modifica un poco aunque no nos demos cuenta, así que la identidad, la percepción propia que tenemos de nosotros mismos, cambia imperceptiblemente cada vez que abrimos los ojos a un nuevo día. El envejecimiento contribuye también a ese proceso, al remodelar continuamente las redes neuronales que nos hacen ser quienes somos. O sea, que la identidad es mutante, constantemente cambiante.
El único denominador común que mantiene unidas todas esas diferentes identidades cotidianas y nos entrega una abstracción sobre nuestro «yo» operativa es la memoria. Por tanto la identidad es en realidad una reconstrucción de pensamiento y somos, en verdad, nada más que historia en progreso. El problema, el gran problema, es que todos sabemos que la memoria humana no es fiable, de no ser así no existirían las agendas ni los recordatorios.
Por eso la identidad que propone el nacionalismo como cosa innata es imposible. Se trata tan solo de un relato falso, un espejismo destinado a llenar los bolsillos de algunos dirigentes políticos sin demasiados escrúpulos científicos. Si fuéramos verdaderamente honrados y no unos entrañables primates sectarios, los seres humanos tendríamos que reconocer honestamente que no somos en ningún modo ni de izquierdas, ni de derechas, ni centralistas, ni descentralizadores. No al menos de ese modo en que somos rubios, morenos o pelirrojos. Lo que sucede probablemente, tan solo, es que hay algunos días en que nos levantamos más de derechas y otros más de izquierdas, más centralistas o descentralizadores, unos días más de orden y otros más díscolos. Vistas así las cosas no nos quedaría más remedio que tomarnos con más calma a nosotros mismos. Y eso al nacionalismo le cuesta, tan dado siempre a tomárselo todo por la tremenda.
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