Opinión

Un poder sin fisuras

Desde hace algún tiempo arrecian fuertes vientos contra nuestro Tribunal Supremo, y no son precisamente zarandeos del azar atmosférico, sino oscuros, pero muy identificables intereses, que quieren provocar su descalificación ante la ciudadanía, casualmente ante el próximo señalamiento del juicio ante la Sala Segunda del alto tribunal, en relación con los hechos ocurridos en Cataluña hace poco más de un año. Ante la feliz posibilidad de que el excelente magistrado Manuel Marchena, Presidente de la Sala de lo Penal, pueda ser designado Presidente del Tribunal Supremo, y por ende, resultara sustituido por otro no menos excelente Magistrado de la Sala de Lo Penal, Andrés Martinez Arrieta, se ha dado curso a una serie de lamentables comentarios en forma de insinuaciones que merecen un total y profundo rechazo.

Ambos son dos magistrados de excelente conocimiento y mejor oficio, y la mera sugerencia de que este cambio puede influir en la decisión del esperado juicio, más allá del mero factor personal, es desconocer cómo funciona el Poder Judicial en España. Ya es triste que los medios de comunicación nos citen a magistrados bajo el epíteto de conservador o progresista, pero resulta todavía más exagerado que se formule un juicio de intenciones en función quien sea el magistrado que tenga que elaborar la ponencia del caso. Llueve sobre mojado, a esta situación, le precede todo un esperpento de un pretendido debate jurídico extrajudicial en relación a la calificación de los hechos, sobre la base de reflexiones tan insensatas e irresponsables, como carentes de un mínimo de rigor y conocimiento de la norma. Esperemos a que se celebre el juicio, a que se practique la prueba en el juicio oral, y a que los jueces, sean quienes sean, decidan lo he tengan que decidir.

Ante las insinuaciones de que el posible cambio de magistrado puede tener influencia en el juicio, no cabe más que una rotunda repulsa a la vez que una llamada a confiar plenamente en el Tribunal Supremo, el cual está compuesto por excelentes magistrados. A nadie se le escapa las dificultades que rodean este proceso, así como su trascendencia, pero esta en manos de magníficos profesionales. Como decía Cicerón que «el magistrado es la ley que habla; la ley es un magistrado mudo», esperemos a que los jueces hablen.