Opinión

Los andaluces

En “Patria”, el libro de Fernando Aramburu al que he llegado tarde pero he llegado, el nacionalismo toma forma de sentencia de muerte para todo el que no encaje en sus absurdas ideas. Hay una manera de ser vasco, una sola, y fuera de ella se dibujan los traidores. El tema del nacionalismo lo aborda también el periodista Sergio del Molino en su paseo por los “Lugares fuera de sitio” de España: Gibraltar, Ceuta, Melilla u Olivenza. Esos pedazos de tierra desubicados son el germen de disputas entre los países que se dicen dueños y los que les prestan la nacionalidad. Los dos libros, a su manera -uno ficcionado, el otro ensayado-, vienen a contarnos retazos de una historia similar, girando sobre la trascendencia de dónde fuimos alumbrados. La búsqueda de la identidad a través del país, la comunidad, la familia a la que cada uno pertenece es un continuo humano. Esa búsqueda no implica aceptar una forma de ser, rebelarse contra el comportamiento presupuesto es una de las opciones. Ambos exudan ideas muy parecidas sobre la importancia de sentirse del lugar de nacimiento y cómo esa aceptación forja de una u otra forma nuestro carácter. Yo, por ser del sur, debo tener conciencia de cómo los demás me verán cuando me cruce con el cartel que indica que estoy entrando en otra comunidad, en otro país más al norte. Lo mismo que por ser mujer, ya que el sexo solo es otra forma de que los demás sepan qué fronteras tenemos. Entiendo que la pertenencia es un sentimiento maleable y por más que reniego en alto, me sorprendo a veces levantando la barbilla un poco más al escuchar nombrar, digamos, a Lorca. O a Juan Ramón. O a Benedetti. Porque la poesía tiene la capacidad de crear patria, justo al contrario que la política, al menos esta política de baja gama con la que convivimos. Por eso levanto la barbilla, pero esta vez enarco las cejas, cuando escucho el runrún de “los andaluces” usado como elemento arrojadizo. Susana Díaz es la encarnación del andaluz, sobre su omnipresente Yo oscila una comunidad a la que alumbran siglos de historia. Su discurso supura un repetitivo “lo que quieren los andaluces” para cargarse de razón. Ella, que nos conoce a todos, equipara el desprecio a los andaluces con no alinearse con sus ideas. Quien no siga su estela ataca a esta tierra. Así de fácil es mancharse con el barro de los nacionalismos.