Opinión
Tarjeta roja
Ayer, el diputado Rufián tuvo que pasar por la vergüenza de ser expulsado del hemiciclo por comportarse estúpidamente. Normal. Quiso medirse con un peso pesado de nuestra historia política y, al no dar la talla, se puso nervioso y le salió una interpelación parlamentaria incomprensible y surrealista, en medio de la cual empezó a repartir insultos aquí y allá. Se le llamó la atención y reaccionó al estilo de las presentadoras de TV3 cuando se les reprocha no ser neutrales; es decir, tirándose por el suelo, rasgándose las vestiduras y gritando que les persiguen.
Parecía un robusto gañán de diez años.
A pesar de ello, le comprendo bastante bien. Cuando en los ochenta llegaba a tocar con mi grupo de rock a un pequeño núcleo urbano, con quien indefectiblemente establecíamos siempre el primer contacto era con el tonto del pueblo. Llegué a desarrollar una enorme empatía hacia ellos. Ahora que hemos conseguido que la sociedad deje de connotarlos y entienda que son simplemente ciudadanos con necesidades especiales, no veo por qué debemos ser menos comprensivos con Rufián. Tardá y Rufián –ese dúo grotesco– solo conocen las formas del matonismo, pero luego sus amenazas dan bastante risa por infantiles y ridículas. Amenazan, por ejemplo, con llamar fascista a todo aquel que no piense como ellos (es decir, el 99% de la población mundial). Huy, qué miedo.
Por supuesto, no por el mero hecho de llamar fascista a alguien significa que lo sea. Si Rufián se pica cuando le llaman a él golpista, algún motivo tendrá. Nuestros émulos de Trump pasados por la Pasión de Esparraguera no comprenden que empezar prescindiendo de la educación es la manera más directa de empujar a la humanidad a romperse la cabeza por las calles. Fuera de su farsa de matones parlamentarios, son gente muy tratable si bien da siempre un poco la sensación de que sus cerebros no acaban de funcionar definitivamente bien del todo. Solo la anómala sobrerrepresentación de las regiones en nuestro sistema electoral (única en Europa) les permite mostrar en el hemiciclo su intolerancia, demagogia y fanatismo. La eterna historia del desarrollo humano será siempre, al fin y al cabo, civilizar rufianes.
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