Opinión

La imposible ruptura

Tras celebrar el 40 aniversario de nuestra Carta Magna, en algo se está de acuerdo de forma mayoritaria, la Constitución puede ser reformada, pero antes hay que determinar el qué y para qué, y ello sobre la ineludible base del entendimiento entre las principales fuerzas políticas. Nada nuevo en el horizonte, más allá del deseable diálogo y consenso reclamado por la inmensa mayoría de españoles. Conviene recordar que nuestra Constitución fue un fruto alumbrado tras una Ley de Reforma Política aprobada por las Cortes Franquistas, que supuso la superación del endemoniado binomio entre continuidad y ruptura, esto es, los que apostaban por el mantenimiento del régimen anterior y los que proponían su voladura caminando hacia una auténtica revolución. En el momento actual apenas hay continuistas, a pesar del vano e irresponsable intento de vincular a alguna fuerza política con semejante planteamiento, pero, muy al contrario, sí contamos con fuerzas políticas que apuestan de nuevo por la ruptura, pero esa ruptura ya no lo es respecto a un sistema político sin libertades, sino una ruptura en el seno de una de las democracias más fuertes y consolidadas de Europa.

Por si esto fuera poco, algunas fuerzas políticas pretenden vincular democracia e ideología, tratando de excluir de nuestro sistema a aquellos que distan de sus postulados, no siendo conscientes, o sí, de que los que se excluyen de nuestra democracia son los que niegan legitimidad democrática a aquellos que consideran adversarios, confunden su ideología con la democracia y llaman a luchar en la calle por lo perdido en las urnas, tratando de actualizar las conocidas soflamas de Largo Caballero en 1934 tras sufrir una importante derrota electoral. Todo ello se produce en el seno de una democracia no militante que permite una gran suerte de ideologías, siempre que su ejercicio y defensa se haga cumpliendo con las reglas de juego. Las fuerzas políticas que se instalan en la ruptura del sistema no aceptan el consenso democrático del 78, exigiendo una superación de este, algo que se antoja no solo descabellado, sino muy alejado del sentir general del pueblo español, cuyas necesidades son otras y muy diferentes a las urgencias políticas de los rupturistas. Decía Goethe que «no preguntemos si estamos plenamente de acuerdo, sino tan sólo si marchamos por el mismo camino».