Opinión
No me grite
Cada vez que, faltos de apoyos, Torra y Puigdemont apelan a la calle buscando respaldo, su soledad política queda meridianamente en evidencia. Porque, claro, ¿de qué calle estamos hablando? ¿De la de Bruselas? ¿De la Route Rick Hochet junto a la Grande-Place? ¿Del callejón donde está la sede de los nacionalistas flamencos? Ni la calle catalana, ni la belga, ni la europea parece que tengan gran consideración por los restos del naufragio de la ultraderecha catalanista. El grupo liberal europeo les dio la patada hace tiempo y los expulsó sin contemplaciones. Nació pues ya tocada La Crida, el partido populista que Puchi soñó para sustituir a su Convergencia desprestigiada por la corrupción. De hecho, el nombre (La Crida) es bastante desafortunado. Las cosas suceden actualmente tan deprisa que quizá no hubiera sido malo hace veintiséis meses (o veintiséis años), pero a la luz de las huelgas recientes (de trabajo y de hambre) ya suena a rancio y cosa del pasado. Y es que, en las anteriores décadas, se dio un fondo de opinión en el columnismo catalanista con cierto rasgo de ultraderechismo «light».
Decían allí que no teníamos la independencia porque no nos atrevíamos, que se trataba de creérselo y no pedir permiso, de gritarlo con orgullo y todo arreglado. Por supuesto, ninguna de esas chiquilladas quiso tener nunca presente a los millones de catalanes que preferíamos seguir unidos. Se llegó a afirmar que éramos «basura blanca», sin formación, influenciables, que votaríamos lo que dijera TV3 y el gobierno regional. Se autosugestionaron con sus propias mentiras y así les fue. Hace semanas, se pudo escuchar a Comín, el indiscreto socio de Puigdemont, teniendo un «lapsus linguae» formidable en la emisora de radio de «La Vanguardia». Afirmó que habían «enredado» a la gente y, en cuanto se dio cuenta de lo dicho, intentó retractarse a toda prisa. Después, vinieron las huelgas.
Cuidemos las palabras. «Crida» se puede traducir como «llamada», pero también significa en catalán el imperativo del verbo gritar. Tiene la misma raíz que «crit», que en catalán significa «grito». No parece, sin embargo, que sea momento para gritos, sino precisamente para aprender a hablar sin levantar la voz.
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