Opinión

La igualdad es de todos

El principio de Ana Karenina, de León Tolstói, es uno de los más conocidos de la literatura universal; no me resisto a iniciar este artículo con tan conocidas palabras «Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada». Podríamos concluir que Tolstói nos recuerda que hay mas igualdad en la felicidad que en la infelicidad. Pero en materia de igualdad una de las frases más conocidas es la de Abrahán Lincoln, «Todos los hombres nacen iguales, pero es la última vez que lo son». Frase que cobra una especial significación expresada en boca de quien abolió la esclavitud en los Estados Unidos. La igualdad del ser humano, es aquella que obliga a ser reconocidos como iguales ante la ley y a disfrutar de todos los demás derechos otorgados de manera incondicional, sin discriminación por motivos de origen, raza, sexo, idioma, religión, opinión política o cualquier otra condición. La igualdad ante la ley se convierte en un derecho humano, y a la vez, en un principio fundamental del ordenamiento jurídico, más como es concebido en nuestra Constitución, al igual que la inmensa mayoría, se describe como un derecho a la igualdad ante la ley, y no como un derecho a ser iguales; esto provoca que la igualdad no pueda predicarse en abstracto, sino respecto de relaciones jurídicas concretas, y ello impide que este principio pueda ser objeto de una regulación de carácter general.

El artículo 14 de la CE tuvo una importante enmienda presentada «in voce» por el senador Camilo José Cela y Trulock, sustituyendo el primitivo «todos los españoles son iguales ante la ley, sin discriminaciones por razón de», por el definitivo «los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de...», enmienda que supone algo más que una mera corrección gramatical, significa que la prohibición de discriminación se presenta con una mayor autonomía respecto de la proclamación de la igualdad ante la ley, y aquí radica lo esencial. La ley debe proscribir cualquier discriminación asumiendo que existen condiciones y circunstancias personales y sociales, como el sexo, que nos hacen diferentes, y sin que ello justifique discriminación alguna. Reconozcamos los avances producidos en la igualdad sin que ideología alguna se los apropie.