Opinión

El PP del desconcierto

Creo que Pablo Casado es un buen dirigente del Partido Popular. Si consigue que los suyos no entorpezcan sus intenciones y decisiones, será, con pactos o sin ellos, presidente del Gobierno. Pero el congreso del partido conservador que se ha clausurado el pasado domingo, ha sido desconcertante. Las ovaciones de los congresistas a dos de los dirigentes, Aznar y Rajoy, que más han dañado al Partido Popular, se me antojan borreguiles e inmerecidas. Aznar fue la alfombrilla de Pujol, y Rajoy, la síntesis de la indolencia y la cobardía. Estoy de acuerdo plenamente con las palabras de Aznar, siempre que no las pronunciara Aznar, y la ovación cerrada a Rajoy no deja entrever ni el menor respeto por la autocrítica entre los representantes reunidos del Partido Popular.

Aznar le entregó a Pujol Cataluña. La plena transferencia de la educación, la cabeza de Alejo Vidal-Quadras, la supresión del servicio militar obligatorio, la inmunidad ante el delito continuado, el permiso para robar, el amparo a su inmersión lingüística, la reducción pavorosa de la presencia de las Fuerzas de Seguridad del Estado, Guardia Civil y Cuerpo Nacional de Policía, del territorio autonómico catalán. El discurso de Aznar, lamentando la actual situación, hubiera sido antológico de haber reconocido al principio de su ovacionada alocución, en la mitad de su prédica y al final de la misma, su responsabilidad y su culpa. Pero Aznar es un prisionero de su soberbia, y los congresistas del PP, unos súbditos del olvido. Creo que Casado, o su equipo, se equivocaron ofreciendo a Aznar y Rajoy un protagonismo en el Congreso que establecía las nuevas pautas del Partido Popular, y la recuperación de los principios y valores que con Aznar y Rajoy se perdieron por las esquinas del interés personal, la corrupción, y la ambición. No puede Casado considerar a Vox como adversario, cuando Vox es consecuencia de la política cobarde y taimada del ovacionado Rajoy. Para que el PP mantenga su suelo de votos y aspire a techos que se han volatilizado, lo primero que tiene que hacer es olvidarse de Aznar y de Rajoy, de los Gobiernos de Aznar y de Rajoy, y de las herencias de Aznar y de Rajoy. Parece ser que ahora no se tratan, ni se hablan, ni se envían el uno al otro y el otro al uno felicitaciones en Navidad. Pero esos congresistas de aplauso tan infantil y fácil, han olvidado que fue Aznar creyéndose propietario del Partido Popular, el que señaló con su dedito al desastroso Rajoy. Y Rajoy aceptó el señalamiento del dedito con gozo desmesurado.

Rajoy es más simpático que Aznar, y quizá esa cualidad contribuyó a que los amables y simplones congresistas le dedicaran al gallego una ovación más fuerte y cerrada que al castellano. Si se trató de premiar la aparente bonhomía y gracejo del gallego y castigar la acidez y vanidad del castellano, la diferencia en el aplausómetro fue justa. Pero nada más. Tuvieron todo a su favor, gobernaron con mayorías absolutas, y el más aplaudido, el gallego, no consideró conveniente derogar la Ley de la Memoria Histórica, la gran responsable del crecimiento del odio en España, ese odio que muchos creíamos enterrado durante los años de la Transición, odio que el PSOE de Felipe González mantuvo anestesiado durante sus catorce años de gobernación. Zapatero, consecuencia de Aznar, lo resucitó, y Rajoy, consecuencia de Zapatero, lo dejó crecer desde su mayoría absoluta. Sánchez, consecuencia de Rajoy, ha pactado con los separatistas y los que odian a España para mantenerse en el dulce poder. No obstante, Rajoy se llevó una ovación cerrada de sus principales víctimas, es decir, de los representantes de su partido político.

El PP de Casado no está obligado a ser consecuencia de Aznar ni de Rajoy. Su futuro no depende de ellos. Si el PP desea volver a representar al conservadurismo y el liberalismo en España, hay que recomendarle que se ponga en marcha sin mirar atrás, no vaya a quedarse como la figura de Lot. Muy desconcertante.