Opinión

Cada uno a la suya

Las declaraciones de la ministra Montero hablando de elecciones en 2019 han sido recibidas por los partidos catalanistas con aparente frialdad e indiferencia. En un contexto de faroles, falsas amenazas y constantes avisos «serios», da la sensación de que la absoluta división que muestran los catalanistas les empuja a velar armas de cara a una campaña electoral, más que a preocuparse por un paquete de presupuestos (los suyos y los del Gobierno central) en los que nadie parece creer y ni siquiera querer. Enfrentados los catalanistas entre ellos por sus presupuestos autonómicos, sus líderes parecen ahora más centrados en empezar a trabajar sus mensajes de cara a los posibles votantes que en el trabajo político de negociación necesario. Aseguran que sus demandas solo pueden canalizarse por una solución política, pero luego el problema es que ellos no se deciden (o no saben, o no quieren) ponerse a hacer política, ni siquiera para negociar los presupuestos de su propia región.

Vale la pena mirarse por un momento desde ese punto de vista el ofrecimiento de Puigdemont para testificar a distancia en el proceso por rebelión, una iniciativa que sabe perfectamente imposible de realizar dado que l está procesado en rebeldía. Visto desde ese lugar, el único objetivo de un ofrecimiento tan absurdo sería, como siempre, intentar chupar plano y sacar cabeza en los medios para conseguir que se hable algo de la Crida, su partido personalista de cara a las elecciones. Puigdemont no está seguro de poder controlar los ocho diputados del PDeCAT en el Congreso y, por si acaso, se multiplica apareciendo todo lo que puede en TV3, diciendo que está en Dublín haciendo pedagogía e intentando parecer útil en algo a los pocos catalanes que andan pendientes de sus afirmaciones estupefacientes.

En la calle catalana, mientras tanto, lo que el público presencia es un fragmentación absoluta en el seno de la propia derecha catalanista (entre el PDeCAT anti Puchi, el PDeCAT pro Puchi, La Crida y la ANC) y también en el seno de la izquierda catalanista (donde los comunes se entienden más con el PDeCAT que con ERC y, en su extremo, las CUP vagan definitivamente por libre, descalzos ya políticamente por los parques). Solo un sector del PDeCAT piensa que sin Sánchez sería peor y que hay que ganar tiempo. Mientras, en el seno del gobierno autonómico los choques son constantes, dándose episodios extravagantes como Junts x CAT reprochando a sus propios socios de gobierno obstaculizar los presupuestos como si estuviera hablando de la oposición. Imagino que será el primer caso de la historia política en que un gobierno se presenta enmiendas a sí mismo mientras redacta unos presupuestos.

Tal escenario de faroles, órdagos líquidos posmodernos y reproches arrojadizos deja al final bastante claro las limitaciones de las cartas que se tienen. Todos saben ya, por deducción, qué mano tiene cada uno. Y son cartas bastante malas. Se ve a las claras que a toda esta fragmentación solo le queda como salida política disimular, jugar de farol hasta el final, exprimir al máximo el victimismo del juicio del «procés» (la última oportunidad entre el catalanismo de pedir carta del mazo) y ver en las elecciones quién se lleva botín y a quién le espera el desastre.

Mientras ERC trabaja lenta y constantemente para ser la próxima Convergencia, resulta enternecedor ver como a alguien se le ha ocurrido proponer una lista Unitaria Independentista de cara a las elecciones municipales de Barcelona. A lo que parece, se llamará Unitaria porque la integrará solo uno.