Opinión
La ropa
En medio de los sucesos cotidianos y los dramas que agitan cada día a la humanidad, sería absurdo negar que puede parecer una frivolidad ponerse a hablar de ropa. Pero, a pesar de ello, tendríamos que fijarnos que, bien mirado, no es asunto tan superficial y siempre será digno de merecer unas palabras. Sin ir más lejos, por ejemplo ahora mismo, cuando acaba de celebrarse la Fashion Week Madrid.
No se trata tan solo de que detrás del arte de los tejidos exista toda una industria que crea innumerables puestos de trabajo y que alimenta un comercio de relaciones humanas entre todas las zonas del mundo. Ni tampoco de que en el origen de todos estos arabescos textiles se encuentre una iniciativa tan higiénica, benéfica, honrada y natural como es protegernos de las inclemencias exteriores y darnos escudo, calor o fresco según necesitemos. Es que, además –como suele ser habitual en los humanos y sus inacabables posibilidades– resulta que algunos genios se pusieron ya hace siglos a hacer malabarismos con esos objetivos tan utilitarios y los convirtieron en un arte. Un arte desnudo y diáfano cabe decir; y no me refiero a las transparencias que se ven en las pasarelas, sino a que toma como punto de partida la base artística más elemental: un ser vivo y un trozo de tela. Su punto más elevado, en los ejemplos de los más grandes, es conseguir que ese tejido parezca vivo y el ser humano más concreto e individual.
Lo dijo mucho mejor que yo el memorialista Saint-Simon hace mucho tiempo (me refiero al primer Saint-Simon: Louis, no Henry). El viejo sabio tuvo la perspicacia de hacernos notar que lo que triunfa en el arte de los modistas, de las telas y de la aguja no es otra cosa que la humanidad. «A la vista y al tacto, la ropa es cosa viva», decía. «El ser humano envuelto en esos tegumentos artificiales, logra mostrar toda la realidad íntima de su naturaleza que se escapa por el cuello y por las mangas».
Certeras palabras. Hacen que, incluso en los momentos de más gravedad, deje de parecer superfluo detenerse a comentar cualquier Fashion Week. Y permiten también sospechar que, detrás de todo aquel que se ocupa de la ropa, siempre veremos latir, agazapado, el perfil de un humanista.
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