Opinión

El traslado catalán

Ya sé que este tipo de diagnósticos aventurados son los que siempre se intenta evitar en periodismo, pero creo que se podría decir sin pecar de audaz que desde el pasado viernes el separatismo, como opción política realizable, ha fracasado ya por completo en la sociedad catalana. No quiero decir que esté acabado, ni que vaya a desaparecer, sino que esta semana ha dejado demostrada su inviabilidad para la población.

Bastó con enviar hacia Soto del Real a los políticos procesados cuando aún no había amanecido para que al catalanismo le diera pereza madrugar y solo se presentaran cuatro gatos a protestar. No se vio por ninguna parte a la población en masa estirándose por las carreteras, ni encadenándose a los quitamiedos para impedir que se llevaran a sus supuestos mártires. No hubo motín general. Solo acudieron los antisistema de siempre, algunos barbudos furiosos y los cuatro entrañables jipis jubilados que vemos cada semana en TV3. De hecho, estos días la principal indignación catalanista aquí por el tema no ha venido causada por el traslado ni por el juicio, sino porque a un guardia civil se le escapó la risa ante el claro pinchazo de asistentes en los arcenes. Eso sí que escoció al catalanismo ya que visualizaba claramente que, por muchos que reúna la independencia en torno a sí, son más los catalanes que piensan que todo lunático que intente robarnos la democracia haciendo trapacerías con las leyes está muy bien ubicado en Alcalá Meco.

Es mentira que existan territorios que quieran independizarse. Los territorios ni hablan, ni caminan, ni quieren, ni nada parecido. Quienes tienen proyectos, hablan, caminan, comen y votan son las personas. Y no hay personas bastantes en el independentismo. El último cartucho de TV3 será ahora intentar convencernos –dentro de Cataluña– que la comunidad internacional ve con malos ojos el juicio. Algo que, después de oír en directo a Timmermans, solo se lo creen aquí ya los pobres de espíritu. Pero esa será la desesperada táctica catalanista interna de los próximos tres meses de juicio. Y, después de escuchar el descacharrante inglés de Torra, está claro que van a ser noventa días de afirmaciones con mucho jugo cómico.