Opinión
Amigos para siempre
Establece el artículo 22 del CC que para la concesión de la nacionalidad por residencia serán suficientes dos años cuando se trate de nacionales de origen de países iberoamericanos, Andorra, Filipinas, Guinea Ecuatorial o Portugal o de sefardíes, precepto que fue refrendado con la aprobación de la Constitución cuando en su artículo 11 se dice «El Estado podrá concertar tratados de doble nacionalidad con los países iberoamericanos o con aquellos que hayan tenido o tengan una particular vinculación con España. En estos mismos países, aun cuando no reconozcan a sus ciudadanos un derecho recíproco, podrán naturalizarse los españoles sin perder su nacionalidad de origen». Estas dos normas reconocen la existencia de una comunidad de naciones que tienen un pasado y una cultura en común, tal cual es la Comunidad Iberoamericana, especialmente la hispanoamericana, comunidad que determina lazos institucionales y personales muy intensos. Esta introducción no tiene más sentido que desarrollar una breve reflexión sobre la responsabilidad que tiene España con Venezuela y su compromiso con la pronta recuperación de la democracia en aquel país. Para ello, se antoja necesaria una política de Estado, para la cual debe existir un consenso entre las principales fuerzas políticas españolas, pero hace falta algo más. España debe inspirar la política de la Unión Europea en este sentido. El peso de España en el seno de la Unión debe ser real y efectivo, y debe superar las reticencias de Italia o Grecia, países que por sus específicos vínculos con Rusia albergan algún tipo de dudas. Las relaciones personales no tienen limitación nacional o lingüística alguna, más cuando un español traba cualquier tipo de relación con un argentino, colombiano, peruano, venezolano, etc., surge una relación empática que no solo depende de su individualidad, sino de la existencia de vínculos históricos y culturales que se asemeja mucho a lo que es una nacionalidad en común, y esto debe ser entendido en el seno de la Unión Europea. España debe hacer compatibles sus vocaciones europea y ultramarina y, como decía Ramiro de Maeztu, recoger la flecha que cayó en el camino, y ponerla en el arco de nuestra misión universal, nuestra presencia debe ser más vigorosa en Hispanoamérica, respetando las propias identidades de los países que la componen, identidades que deben fortalecer su integración en una comunidad democrática y solidaria.
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