Opinión
Caer bien
Nicolás Maduro puede parecer un molusco estratégicamente maquillado para conseguir un aspecto más o menos antropomórfico y probablemente lo es, pero el hecho irrebatible es que camina, habla y desea retener el poder en Venezuela. La situación es conocida ya por todos: no tiene casi apoyos internacionales, nadie le quiere y es un estorbo para todo el mundo. Su posición es mala y políticamente muy delicada. Pero posee la facultad todavía de suministrar muchos sinsabores y dolores de cabeza a la población venezolana, no con una fuerza gigantesca pero sí cierta. Ya está provocando muertes (por violencia o inanición) y amenaza con provocar muchas más con sus paramilitares.
La democracia internacional se ha unido y junto con la responsable contestación interior ha organizado todos los canales para recordarle que el poder se ha de apoyar en las personas y no al revés. Maduro cada día dispone de menos de esas personas a su favor, pero tiene la estilográfica para decretar movilizaciones. Hay que aceptar la realidad, si bien eso no significa resignarse y renunciar a seguir dando pasos poco a poco. Este es uno de esos momentos en que cada instante parece un momento crítico y hay que mover los instantes con extraordinaria delicadeza sin dejar de empujar cada suceso, a la vez, con asertividad y cuidado.
Ante ese panorama, que ya conocemos bien todos y del cual el propio Maduro está al corriente, solo cabe hacerse una pregunta: ¿por qué quiere entonces resultar simpático? Está claro que, por muchos chistes que cuente en televisión, no va a mejorar el poco aprecio que la comunidad internacional le tiene. De otra parte, los pesebristas fanáticos que dependen de él para su supervivencia lo van a seguir apoyando independientemente del don de gentes artrópodo o microrgánico que muestre. Entonces ¿para qué hacer chistes? ¿por qué se esfuerza en sonreír? ¿para caerle bien a un humorista-periodista-humanista? ¿es consciente de la gravedad del momento? Lo único que consigue con esa jovialidad fuera de registro es parecer a ojos del mundo una especie de teleñeco asesino y hacer que todos experimentemos más desconfianza hacia él mientras nos preguntamos: ¿De qué se ríe?
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